lunes, 24 de marzo de 2008

XXVIII Aniversario

Monseñor Óscar Arnulfo Romero, 1979
Fotografía: Mimamor


Monseñor Romero no es un santo, pero ya lo veneran como tal. Y eso me consta. Precisamente hoy, día del XXVIII aniversario de su muerte fui al "Centro" a hacer algunos mandados de Andrea María y de paso visité la Catedral Metropolitana y de rigor, la cripta. Era todo una gran celebración: grupos de música latinoamericana, exposición de fotografías y gente visitando la cripta misma. Aseguro que es una canonización de hecho, porque vi a muchos peregrinos frente a su cripta y también delante de su imagen al óleo, arrodillados y orándole como si en realidad ya tuviera la bendición papal.

A monseñor Romero lo afectó la muerte violenta del P. Rutilio Grande, y ese hecho fue precisamente la chispa que encendió las homilías del arzobispo. Creo que para él (y para la comunidad religiosa) era un buen trago amargo difícil de pasar, eso de asesinar a un mensajero de Dios. Ya la irracionalidad del imperio lo había hecho con Jesús, y ahora el imperio de la fuerza bruta lo hacía con uno de los hijos de San Ignacio de Loyola. Era inconcebible e imperdonable.

En mi adolescencia odié a monseñor, porque creía que se estaba alejando de su función, la de evangelizar a su grey; y por el contrario, se dedicaba a tirar dardos incendiarios al gobierno y a que la gente se alimentara de odio y no del carisma del Maestro. Se me olvidaba entonces, que fue el mismo Jesús quien correteó a los vendedores del Templo, y eso, de por sí, ya constituye una denuncia. Al respecto, monseñor dijo en su homilía pronunciada el 22 de enero de 1978, lo siguiente: Predicación que no denuncia el pecado, no es predicación del Evangelio. Fue con los años, y con mayor madurez y capacidad analítica que puse a monseñor en el sitial que se merece, como un hombre de gran corazón hacia su pueblo que sufría con él por los atropellos de los poderosos, y me dije que era un hombre digno de admiración, porque tuvo el valor de enfrentarse a las fuerzas oscuras del poder cuando en el país entero había oscuridad. Intuyo que su muerte ya la presentía, porque en una entrevista, que el afiche no especifica dónde, cuándo y con quién, dice: Un obispo morirá pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo no perecerá jamás. Palabras proféticas en su contra las de monseñor.

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