A partir de ayer el rostro de Mario ha quedado en la mente de los creyentes católicos como una impronta. Impronta que será difícil de olvidar y mucho menos, de sustituir. Mario, de hoy en adelante será el icono de la misericordia, de la rectitud, del decoro, del buen consejo y del amor.
Nada ni nadie, creo, será capaz de arrebatarle esa imagen que los antigüeños, ayudados por la visión religiosa y la personificación de Jesús, concibieron el Viernes Santo en la Procesión de los Encuentos. Mario, a pesar de su estatura, que no era la idónea para un milenario Jesucristo, desempeñó un papel decoroso: su tristeza, sus caídas, su crucifixión.
22/03/2008, 4:10 p. m.
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