lunes, 29 de agosto de 2016

¡La lluvia, la lluvia, llegó la lluvia!


Pensé que nunca llovería. El Sol ha estado farruco, quemándome la  frente confundida con la coronilla. No ha sido una tormenta de Padre y Señor mío, válgame Dios; tampoco un sirimiri: ha llovido entre la noche de ayer y la madrugada de hoy, como quién quiere y no quiere la cosa; o mejor aún, “ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre.” Yo desperté a la una y media, y escuché su canto  dulce, tierno y arrullador, pero luego, como un bebé recién nacido, me dormí. Esta lluvia ha sido una bendición. Poco me faltó bailar alrededor de una hoguera y hacerle reverencias al fuego para que una tormenta como éstas nos viniera a alegrar el día. Esperemos que llueva como Dios mande, nunca a cantaradas y suframos desgracias, que para eso ya tenemos la execrable plaga de la delincuencia... y eso ya es bastante.

25/04/2016, 1: 11 p.m.

Los monarcas

«Si  tus hijos fueran míos y los míos tuyos, haríamos una fiesta, con esponsales y todo. Este instante sería propicio para irme contigo, si es que las cadenas de mi compromiso no tuvieran fortaleza.»
Así se declaraba Carlos, a secas, sin mayores prolegómenos ni cortejos que edulcoraran los sentidos de la mujer, clienta del café «Los Reyes.» Como cada mañana, siempre la acompañaban dos criaturas colegialas.
                -- Disculpe, ¿decía algo, señor?
                -- Sí, ¿qué cuál es tu nombre?
                -- No tengo por qué dárselo. Usted es un desconocido.
                -- Soy Carlos, para servirte, e hizo una reverencia teatral mil veces ensayada frente al espejo. Ahora ya no soy un desconocido.
                -- Lo sigue siendo, señor.
                -- Pero ya te dije mi nombre. ¿Cuál es el tuyo?
                -- Acabo de perder la memoria.
                -- Vamos...
                -- No insista, señor.
                -- Vamos, vamos, que puedo ser el papá de estas dos criaturas.
                -- ¡...Ah, sí! Pues ahora viene entrando el papá de estos dos niños.
                Y, en efecto, un hombre sin traje y con corbata que parecía empleado bancario se acercaba a zancada limpia al café.
                --...Eh, eh, disculpa dijo con voz temblorosa, Carlos, retirándose de inmediato como si nada había dicho.
                Era un cliente más que visitaba el café y Diana, por dentro, se reía a carcajadas.


Domingo 28/08/2016, 8: 36 p.m.


miércoles, 27 de abril de 2016

Días santos aquellos

Han pasado los días santos, raudos, huidizos, como codornices asustadas. Habrá que esperar su regreso junto a los días rurales maquillados de polvo y los jocotes, marañones, mangos y ayotes bañados en ricas mieles, sin olvidar, por supuesto, los tamales pisques hechos por las manos primorosas de la abuela Petrona.
La tierra agostada, los árboles con sed y el concierto estridente  de las cigarras nos acompañan en el camino sofocante hacia la casa de la abuela. Lentamente ha caído la tarde y delante nuestro escuchamos un golpe seco: es la puerta de golpes que ha dado paso a la carreta cargada de leña. El chirriar de las ruedas y la trituración de piedras constantes a su paso son como dos instrumentos que se unen al concierto.
Los bueyes vienen cansados, sudorosos. Se les ve tristes, agobiados por el peso, pero no cejan en su misión. Uno es prieto y el otro color chocolate. Ignoro sus nombres y sólo recuerdo el sustantivo de una yunta del tío Isabel: “Caballero” y “Navegante”.
Por fin llegamos. Al pie de la pequeña pendiente de entrada la perra “Canela” es la primera en recibirnos. Ladra, salta de alegría, mueve su cola y en su lenguaje canino pareciera decirnos: “Bienvenidos”. La abuela Petrona, el tío Isabel y demás parientes, felices porque hemos llegado de visita y a pasar los días santos junto a ellos.

Domingo de Resurrección, 27 de marzo de 2016, 3: 53 p. m.



lunes, 7 de marzo de 2016

Antes y ahora

En juveniles días a la mañana sentía regocijo,
por la tarde lloraba, y ahora, cuando más viejo soy,
dudando empiezo el día, aunque no obstante,
apacible y sagrado es para mí su fin.


F. Holderlin, Poemas, Colección Visor de Poesía, p. 27, quinta edición 2005, España