lunes, 29 de agosto de 2016

¡La lluvia, la lluvia, llegó la lluvia!


Pensé que nunca llovería. El Sol ha estado farruco, quemándome la  frente confundida con la coronilla. No ha sido una tormenta de Padre y Señor mío, válgame Dios; tampoco un sirimiri: ha llovido entre la noche de ayer y la madrugada de hoy, como quién quiere y no quiere la cosa; o mejor aún, “ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre.” Yo desperté a la una y media, y escuché su canto  dulce, tierno y arrullador, pero luego, como un bebé recién nacido, me dormí. Esta lluvia ha sido una bendición. Poco me faltó bailar alrededor de una hoguera y hacerle reverencias al fuego para que una tormenta como éstas nos viniera a alegrar el día. Esperemos que llueva como Dios mande, nunca a cantaradas y suframos desgracias, que para eso ya tenemos la execrable plaga de la delincuencia... y eso ya es bastante.

25/04/2016, 1: 11 p.m.

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