Pensé que
nunca llovería. El Sol ha estado farruco, quemándome la frente confundida con la coronilla. No ha
sido una tormenta de Padre y Señor mío, válgame Dios; tampoco un sirimiri: ha
llovido entre la noche de ayer y la madrugada de hoy, como quién quiere y no
quiere la cosa; o mejor aún, “ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo
alumbre.” Yo desperté a la una y media, y escuché su canto dulce, tierno y arrullador, pero luego, como
un bebé recién nacido, me dormí. Esta lluvia ha sido una bendición. Poco me
faltó bailar alrededor de una hoguera y hacerle reverencias al fuego para que una
tormenta como éstas nos viniera a alegrar el día. Esperemos que llueva como
Dios mande, nunca a cantaradas y suframos desgracias, que para eso ya tenemos
la execrable plaga de la delincuencia... y eso ya es bastante.
25/04/2016, 1: 11 p.m.
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