martes, 17 de marzo de 2015

Jueves 13 de marzo


Hoy mi día comenzó mal. Como monje de convento, a las cuatro y cuarenta y cinco de la mañana la sala se vuelve un lugar sagrado. Estaba entre Laudes y la hora Prima, leyendo El evangelio según Jesucristo, de José Saramago. Un día antes una infante había hecho de las suyas manchando con plumón los sofás, moviendo todo en un lugar distinto de dónde estaban. A la Virgen de Fátima en su cesto la dejó inclinada semejante a la Torre de Pisa,... El día había sido para ella una ocasión para trastocar el orden de las cosas.
Bueno, resulta que en mi lectura levanté un poco la vista a través del cristal de los anteojos y percibí la mirada de la Virgen caía en mis ojos. Misteriosamente vi cómo la Virgen movía su rígido cuerpo  hacia atrás, yendo y colándose por un hueco entre la esquinera y las paredes que trazaban un ángulo de noventa grados. Cayó al piso, rompiéndose en mil pedazos. Yo siempre (bueno no siempre, aclaro) he tenido esa valentía de querer enfrentar  a un fantasma  y quedarme para ver qué pasa. Así fue, me quedé sentado en el sofá esperando a que algo pasara, no sin antes sentir que mis brazos se enfundaban en la piel de una gallina; pero me quedé esperando, y nada. Me fui para la cocina, y la luz del foco comenzó, literalmente,  a pestañear como cuando uno tiene sueño y se le va la luz de los ojos.
Bueno, me dije: "He amanecido con el diablo adentro". 
Para mí el jueves fue trece (voy adelantado en el calendario) y no el viernes trece de marzo, como era en verdad.
(...Así entre nos, ya tengo material para un cuento)