martes, 30 de junio de 2009

Epístola cuarta


Cartas - letters.
Fotografía: Amaia Alejo Suescun
Donde Ana P. G. explica (con lupa en mano) los motivos que la hicieron caer en tentación y el pánico que experimentó al desnudar la palabra.


J. O.:
El servicio postal ha estado eficiente, pues tu carta me llegó tres días después de la remisión; el día siguiente, miércoles, te contesté.
Para responder a una de tus inquietudes, me remito al antepenúltimo parágrafo: “En tu carta no veo escrito, ni por asomo, los motivos que te encaminaron al engaño e irreverencia en contra mía. ¿fue liviandad, tedio o simplemente fui muy frío en nuestro noviazgo? Contéstame”.
Te respondo. No fue liviandad ni tedio de tu parte, mucho menos gelidez la que debilitó mi fortaleza. Recuerda que, en nuestros ósculos tú eras el más apasionado y a mí, la miel se me quemaba hasta el punto (y hasta ahora te lo confieso) de humedecer mis cucas. Hubiera querido que en el instante mismo me pidieras sexo; pero fuiste muy tímido, muy respetuoso, demasiado sumiso a los cánones morales. Bastaba con haberme pedido el coito, y yo, gustosamente habría accedido a tu petición; el fuego interior me abrasaba que hasta me animaba a decirte con ímpetu: “¡Hagamos el amor!” No medía las consecuencias, porque lo que más deseaba era compartir la cama contigo, sin importarme que después, armados de valor, encaráramos con mis padres la verdad, diciéndoles que la pureza había sido rota y que, por lo tanto, al altar llegaría con el estigma de tu falo. Para mis padres hubiera sido un golpe bajo que, indudablemente lo habría estremecido, pero poco a poco lo tendrían que asimilar para bien o para mal. Lástima que el recato puso corsé en mi boca.
Tu falta fue un tríptico: la timidez, la respetuosidad y la sumisión (dependencia diría yo) a los principios morales. Mi falta consistió en entregarme a un hombre que no eras tú.
Ahora surge la pregunta: ¿Por qué me entregué a un hombre, cuya personalidad era distinta a la tuya? Porque tú tan distante y yo tan cercana al raposo. No me bastaba tu recuerdo para sostener las columnas del edificio amoroso. Yo fogosa, y aquél, igual, que no respetó santos ni señas para estrenarme en el pecado del amor: “Tú encendiste la hoguera y otro aprovecho el guiso”.
Considero haberte respondido con franqueza, que hasta yo me aterro de la sinceridad con que te escribo. Cualquier otra interrogante estaré dispuesta a contestar en igual tenor.
Con cariño,


Ana P. G.


Posdata. ¿Qué opinión te merecen los candidatos a alcalde (pendón tricolor y señera roja para ser precisa) para la comuna capitalina? ¿Quién ocupará la silla edilicia los próximos tres años, según tu óptica de púgil avezado a las batallas numéricas de cuadrar cuentas? Necesito una respuesta.


El Carao, Intipucá, enero 12 de 2000

El cíclope

Cíclope.
Fotografía: Biel Grimalt Cánaves


Tenía un ojo apagado y el otro, también. Hubo un tiempo en que sólo al izquierdo le faltaba la luz. Todo ocurrió cuando salió del colegio. Era un día de canícula, de estío madurando. Caminando sobre el andén lateral del Teatro, salvó “La Plaza Morazán” y se acercó a la Librería “San Rey”, cuando un grupo de cabezas rapadas, con tatuajes y de mal vestir, empezó la trifulca con otra agrupación de similar condición y vestimenta. Una lluvia de balas con armas hechizas y de fábrica inundó el lugar, sembrando caos en la ciudad. De esos proyectiles que no llevan dirección, uno cayó en su ojo izquierdo. A Dios gracias no dañó el cerebro.
Perdió el primer año de contador, porque todo ese tiempo lo pasó recuperándose. Los compañeros lo visitaban muy a menudo en su domicilio, y el apoyo moral de éstos y de sus padres lo ayudó a superar el estado crítico en que cayó.
Sus compañeros lo recordaban como el más grandulón de la clase, aplicado, colaborador y solidario en cualquier situación, favorable o adversa para el grupo.
El año siguiente regresó a repetir el primer año.
“Tendré nuevos compañeros”, pensó
Al traspasar el umbral del aula, uno de los más extrovertidos, gritó: “¡Ahí viene El Cíclope!”.
La carcajada fue general y uno, solamente uno de los que no celebró el mote con que había sido bautizado Jacinto, recriminó a Claudio:
- ¡Qué ingratitud la tuya, compañero, te reís del mal ajeno, sin antes fijarte en tu defecto de fabricación!
En efecto, Claudio tenía la cabeza, larga de atrás y un poco puntiaguda por delante, a glosa que daba la impresión de tener cabeza de jaiba o de pez martillo.
- ¿Y vos, defecto de qué tenés? – le respondió, refiriéndose a la nariz que semejaba un pico de lora.
- Defecto congénito – contestó sin inmutarse.
El ofensor, como no entendió ni jota de lo que José Luis le replicó, prefirió morderse los labios con rabia y no masticar palabra.


* * *

Se graduó el total de la promoción y Jacinto Ordónez superó todas las notas de los demás compañeros. Se graduaba con las mejores calificaciones del curso, pero esa no era justificación para deshacerse de su sobrenombre.
Consiguió empleo en una institución financiera. Trabajó con empeño y sacrificio hasta alcanzar el cargo de contador. El puesto adicionaba diez subalternos.
Trabajó con el mismo ahínco de siempre, y cuando era preso del cansancio, descansaba unos segundos, pero luego empezaba con nuevos y renovados bríos.
- Prepáreme por favor las conciliaciones bancarias, señor Gómez – ordenó con parsimonia, Jacinto.
- Necesito la declaración de impuesto sobre la renta para hoy, señor Cortez.
- ¿Me hizo el ajuste de las cuentas corrientes, señor García?.
Y así, entre órdenes y presión laboral se deslizó vertiginosamente el tiempo.

* * *

Se jubiló, y el último día de trabajo, la institución lo agasajó con una fiesta en su honor y una placa de reconocimiento por sus tantos años de servicio.
El primer día de su jubilación, descansaba tranquilamente en su casa. Unos ebrios escandalosos, en una violenta discusión, sacaron sus armas de fuego y comenzaron a disparar.
La mala suerte estaba a su favor. En ese momento le cayó una bala perdida en el ojo derecho, dañándole el cerebro. Esta vez, el hospital fue su segunda casa, porque ya no se recuperó, cayó en estado de coma y al mes, quince días después del infortunio se apagó la luz, la luz de su propia vida.

viernes, 26 de junio de 2009

Epístola tercera

Cartas...
Fotografía: Vinicuis Santa Rosa

Donde J. O. comenta de manera coloquial las peripecias al recibo de la epístola y la nueva dirección para evitar sinsabores con su consorte.


Ana P. G.:
El primer día laboral del año nuevo me sorprendió con un papel oblongo en la mano, sobre en el cual estaba escrito una dirección,
La obligación laboral demandaba retirarme del hogar, cuando tres toques acompasados en la puerta me retrasaron un poco. Fui a abrir, y un empleado del servicio postal entregó en mis manos, la carta que a finales del año pasado tú habías remitido. Cuando vi el nombre que acusaba el envío, rápidamente lo deslicé en la bolsa de mi saco. Por poco y mi esposa me pesca con el papel rectangular en las manos; sin embargo, me consultó inquisitivamente:
-- ¿Y quién era?
-- ¡Ah! – dije con voz un tanto aliviada --. Era un mensajero privado, que me preguntaba dónde podía encontrar una dirección. Le recomendé el avance de dos cuadras en línea recta y que después torciera a la derecha. Exactamente la tercera casa a su siniestra, era el número que ansiosamente buscaba.
-- En todo trabajo, cada vez emplean a personas más incultas.
-- En lo personal, no considero que se trate de una persona ignara – lo defendí --, apreciándolo por su prestancia y por el buen uso del lenguaje con que se dirigió a mí. A lo sumo es un bachiller, con tercer año de licenciatura en letras.
-- Si en los tiempos actuales cualquiera se gradúa de bachiller con los más altos honores, pero con un mínimo de conocimiento del lenguaje, y avanza en la universidad, aunque el raquítico talento en esa materia se mantenga en igual estamento.
-- Tienes razón – le dije, despidiéndome con un beso en la mejilla cortando así, el caso de defensa que, a todas luces, ya tenía perdido.
Disculpa el paréntesis coloquial entre mi consorte y yo, pero era necesario referirte las peripecias e impresiones al recibo de tu carta.
Pues bien, leí, clandestinamente, tu carta, ya que mi esposa, de la simbiosis entre la religión y la moral ha obtenido una metamorfosis, una quimera: la severísima religión–moral, que veda los derechos más fundamentales de la convivencia social.
Me sorprendió la persecución del lobo cazador; pero mi estupefacción alcanzó mayor altura con la descripción del ingreso a tus partes pudendas. De la emoción, hasta pensé que era yo el que penetraba tu selva virgen.
En tu carta no veo escrito, ni por asomo, los motivos que te encaminaron al engaño e irreverencia en contra mía. ¿Fue liviandad, tedio o simplemente fui muy frío en nuestro noviazgo? Contéstame.
La nueva dirección en el sobre, es la de un amigo que vive a diez cuadras de mi casa. Escríbeme a esa dirección para evitar problemas y sinsabores con mi esposa.
Con muchísimo aprecio,


J. O.

Antiguo Cuzcatlán, enero 08 de 2000

viernes, 19 de junio de 2009

Entre cefalea y perfumes nocturnos

Mariah Carey new perfume.

Fotografía: Rosa Valenzuela Yánez



Una fuerte cefalea me obligó, por un buen rato, a no conciliar el sueño. Tuve que tragarme un par de analgésicos y aplicar un ungüento en mi amplia frente con la intención de aminorar el dolor que, como un punzón se introdujo en mi cabeza. La noche, con el avance del reloj, ya tenía sus años acumulados y por fin, pude dormirme no tan plácidamente como yo hubiese querido, pero por lo menos pude echarme un pestañazo. Eran las dos o cuatro de la madrugada cuando desperté apurado por un deseo irrefrenable de depositar en el baño un poco de agua menores, pero como siempre, me fui al traspatio a regar a las plantas. Llegué al lugar preciso, como un rey llega a su jardín con la confianza de que, cuando se deshace en amores con la reina, nadie lo observa y fue entonces, que comencé a desaguar mi vejiga. Antes, durante y después de expulsar mi orina un olor penetrante y agradable se posó en mi nariz que, según mi olfato era de mirto; pero avancé unos pasos, porque una luz del alumbrado público que oblicuamente penetraba potente desde la calle en el traspatio, no me permitía observar el arbusto del cual procedía el agradable olor; la luz era cortada con navaja por unas matas de guineo de tal modo que, el mirto quedaba detrás de la luz, a oscuras por la sombra proyectada de otras plantas y hacia delante sólo podía ver los brazos fantasmagóricos de otros arbustos, porque como ya dije, la luz era cortada por las matas de guineo, y vi que el limonero estaba pródigo de flores de azahar. Hubiese querido ser Jean-Baptiste Grenouille para separar, con mi olfato, cuál era el perfume de la flor de azahar y cuál era el olor del mirto, porque ambos se fundían y confundían en uno solo.

jueves, 18 de junio de 2009

IV

Paseo de la princesa. Fotografía: José kevo


"Ellos se miraban, sonriente, y miraban la abierta grupa que se les ofrecía. En los borde, la piel era tensa y rosa, tierna luminosa y limpia. Antes, alguien había afeitado cuidadosamente toda la superficie."

Almudena Grandes, Las edades de Lulú.

Entonces, la princesa (bien comida), decidió marcharse cuando el sol ya había abrigado a las montañas. Al despedirse, la calva era un torrente de lágrimas; la obesa, un mar de infelicidad que del pecho le salía, se echaron una mirada cómplice como quien dice sólo nosotras nos entendemos, y la princesa no tuvo más que agachar la cabeza por el enorme peso del sufrimiento, mientras Camila le decía adiós con la única mano que del cuerpo le colgaba.
Camila deseaba que la princesa se acordara de ella cuando ésta llegara a su reino y con premura, antes de que Anastasia del camino de borrara, ordenó a su chucho (pulgoso, seco, mocho y de muy mal genio, porque cualquier sujeto que le cayera mal, era víctima de sus colmillos), Ricardo III a acompañar a la dama real hasta el castillo, no fuera a ser que en el trayecto la buena suerte estuviera en su contra.
A las princesa, el sufrimiento se le hizo largo y el camino mucho más, pero una fuerte lluvia la sacó de su ensimismamiento, justo cuando ella había dejado de llorar.
Se introdujo en la cavidad amplia de una montaña para guarecerse de la tormenta. Puso pie en tierra y tomo de asiento una roca lo suficientemente grande, como para que le cupieran las nalgas. De la oscuridad aparecieron varias sombras que sin decir agua va, agua viene, la trincaron al suelo, le arrancaron los vestidos y la violaron por turnos. El perro, intuyendo la actuación de los sujetos, sólo se quedó echado, observando, porque ese día no estaba de malas pulgas, como para andar correteando gente, mucho menos a desconocidos.
Una vez violada, los cinco sujetos, Guzmán, Cañitas, Menjívar, Flores y Hernández, huyeron del lugar dejando a la obesa tirada en el suelo, toda despatarrada y con gravedad de desmayo. El perro la miraba y la remiraba; movía sus patas traseras con ademán de levantarse, pero no se decidía. Por fin decidió caminar y observar el estado de la princesa: estaba pálida y sangrandocon mucha prisa. El chucho se acercó donde la hemorragia fluía y comenzó a lamerla, para que, según él, se detuviera el flujo, pero no, el flujo seguía y seguía como río en invierno. Poco a poco la sangre y la lamezón excitaron sus hormonas, hasta que era él quién, con ganas, violaba a Anastasia.

Epístola segunda

Cartas de amor.
Fotografía: Esther priego y José Santiago

Donde Ana P. G. explica circunstanciadamente los motivos de su vertiginosa caída.

J. O.:
Acuso recibo de tu epístola. Precede a tu rúbrica una sentencia muy categórica, la cual me fue muy difícil cumplir. Cito. “Tu silencio será la señal inequívoca de que mi carta llegó a tus manos y la mejor respuesta que habré obtenido”.
¿Cómo osas pedirle silencio a mi alegre corazón que hace trece años no tenía comunicación directa contigo? ¿Cómo pretendes que calle, cuando la ansiedad por tener noticias circunstanciadas acerca de tu vida me devoraba las entrañas? ¿Cómo quieres que mi brazo no se apoye para escribirte aunque sea un parágrafo de cortesía? Tú has sido franco y claro en tu misiva; yo lo seré también.
Cuando “el otro personaje” (así lo llamaré de mi parte) comenzó a edulcorarme el oído, el verbo, junto con la probidad de mujer dispuesta a los principios morales fueron mi mejor muralla, pero él, como buen soldado de infantería, con su ariete, derribó mis barreras. Todo sucedió cuando recibía el curso de Salud preventiva que el Ministerio impartió. Allí lo conocí. Era un tipo jovial, de mirada vivaz, de frente inteligente y de gran capacidad locuaz. Me perseguía día y noche, sin abandonar el objetivo que lo acercó a mí. Al final de la jornada, estando en mi lecho, sus palabras hacían eco en mi cabeza. Hasta hoy reflexiono que su palabrerío y sus mañas eran una mezcla de Satán y de raposo.
Una noche, atontada con el recuerdo de su verborrea escuché que alguien llamaba a mi puerta; abrí, y para mi sorpresa, era “el otro personaje”, quien excusándose de necesitar crema dental traspasó el acceso. Estando en el interior de mi cuarto, cerró la puerta y discretamente corrió el pestillo. Nuevamente empleó su labia demoledora, y en la habitación del hotel quedé completamente sola y en su compañía, con la única defensa de mi cuerpo desnudo que era la fragilidad hecha mujer. Ante las ardientes caricias que me hicieron ceder más terreno, su falo, en posición marcial, penetró mi madona fortaleza. Desde entonces quedé a merced del paroxismo y me sentí excluida del paraíso moral.
La concupiscencia me hizo digna de tremendos azotes verbales por parte de mis progenitores que son a cabalidad, cumplidores de la ortodoxia cristiana y practicantes de la filosofía valorativa de los actos humanos.
Perdona mi flaqueza, pero soy parte de la debilidad humana y como tal, caí en tentación.
Dejando este tema espinudo me alegro que hayas encontrado a la mujer ideal: ¡Felicidades! Un saludo de Navidad y año nuevo.
Cariñosamente.


Ana P. G.

Posdata. Como coincidencia tu epístola la recibí el trece, número que para algunos está revestido de fatalidad y para otros, es un guarismo vulgar al que le restan méritos. Sólo fíjate bien, tu carta me llegó el trece, que son exactamente los años de incomunicación voluntaria rotos por ti.


El Carao, Intipucá, diciembre 27 de 1999

miércoles, 17 de junio de 2009

Charla

Lectura. Fotografía: José Miguel M. P.

El viernes tres de julio, a las siete de la mañana, estaré dictando una charla a estudiantes de séptimo grado del Colegio Esparza, aquí mismo, en Antiguo. El tema a tratar será sobre el género literario denominado cuento. Claro, todo desde la lupa de mi mínima experiencia (y viviencia) personal.
Ya estoy pensando en cómo la estructuraré y qué explicaré a los y las jóvenes. Al final habrá un espacio para los cuestionamientos a mi persona sobre el tema expuesto y las respuestas que ofreceré, tratando de satisfacer sus inquietudes.

sábado, 13 de junio de 2009

San Antonio del Monte

San Antonio del Monte. Fotografía: Alejandro Reyes. Digo ser devoto de san Antonio de Padua, aunque realmente no sé si lo soy. Quizás eso de decirlo resulte de las huellas que me quedaron de la infancia, porque siendo un chico, mi padre y mi madre nos llevaron (a mi hermano y a mí) a San Antonio del Monte y creo, sin temor a equivocarme, fue nuestro primer peregrinaje. Sabía que el viaje lo hacíamos en cumplimiento de un favor recibido de San Antonio de Padua, pero quizá eso era lo de menos, porque lo que dejó su impronta en mi ser fue el cuerpo exánime de ese santo por mí desconocido y cuya pintura está detrás del altar, la pequeña pendiente que se sube, el templo y los exvotos que vimos después de haber rezado la novena.

* * *

Ayer vi a doña Luz Vda. de Ayala. Nos saludamos y como sabe que soy devoto de san Antonio me invitó para hoy a la novena en honor al santo en mención; sentí un gran regocigo por la invitación de su parte y acepté gustosamente. Era para el día sábado, a las ocho de la noche. Ahí estaban muchos, perdón muchas conocidas: un mar de mujeres y tan solo un hombre, que conmigo harían dos. Ana Coto me dijo: "Bendito entre las mujeres." "¡Ah, no!", se corrigió, "si aquí está Ricardo." Para resumir, sólo diré que fue una buena velada religiosa y que al final de la novena hubo café, tamales y pan dulce, como en los viejos tiempos.

lunes, 1 de junio de 2009

Los dos polos

Hay dos polos en la locura: la esquizofrenia misma y la cordura.
Los dos mundos.
Fotografía: Mario Sepúlveda

Rostros inolvidables

Ojo. Fotografía: Adrián Araya
Los años pasan y las caras del poder jamás se olvidan. Cómo olvidar a los políticos que, cegados por la ezquizofrenia del poder, cargan en sus hombros la cruz de sus crímenes.