"Ellos se miraban, sonriente, y miraban la abierta grupa que se les ofrecía. En los borde, la piel era tensa y rosa, tierna luminosa y limpia. Antes, alguien había afeitado cuidadosamente toda la superficie."
Almudena Grandes, Las edades de Lulú.
Entonces, la princesa (bien comida), decidió marcharse cuando el sol ya había abrigado a las montañas. Al despedirse, la calva era un torrente de lágrimas; la obesa, un mar de infelicidad que del pecho le salía, se echaron una mirada cómplice como quien dice sólo nosotras nos entendemos, y la princesa no tuvo más que agachar la cabeza por el enorme peso del sufrimiento, mientras Camila le decía adiós con la única mano que del cuerpo le colgaba.
Camila deseaba que la princesa se acordara de ella cuando ésta llegara a su reino y con premura, antes de que Anastasia del camino de borrara, ordenó a su chucho (pulgoso, seco, mocho y de muy mal genio, porque cualquier sujeto que le cayera mal, era víctima de sus colmillos), Ricardo III a acompañar a la dama real hasta el castillo, no fuera a ser que en el trayecto la buena suerte estuviera en su contra.
A las princesa, el sufrimiento se le hizo largo y el camino mucho más, pero una fuerte lluvia la sacó de su ensimismamiento, justo cuando ella había dejado de llorar.
Se introdujo en la cavidad amplia de una montaña para guarecerse de la tormenta. Puso pie en tierra y tomo de asiento una roca lo suficientemente grande, como para que le cupieran las nalgas. De la oscuridad aparecieron varias sombras que sin decir agua va, agua viene, la trincaron al suelo, le arrancaron los vestidos y la violaron por turnos. El perro, intuyendo la actuación de los sujetos, sólo se quedó echado, observando, porque ese día no estaba de malas pulgas, como para andar correteando gente, mucho menos a desconocidos.
Una vez violada, los cinco sujetos, Guzmán, Cañitas, Menjívar, Flores y Hernández, huyeron del lugar dejando a la obesa tirada en el suelo, toda despatarrada y con gravedad de desmayo. El perro la miraba y la remiraba; movía sus patas traseras con ademán de levantarse, pero no se decidía. Por fin decidió caminar y observar el estado de la princesa: estaba pálida y sangrandocon mucha prisa. El chucho se acercó donde la hemorragia fluía y comenzó a lamerla, para que, según él, se detuviera el flujo, pero no, el flujo seguía y seguía como río en invierno. Poco a poco la sangre y la lamezón excitaron sus hormonas, hasta que era él quién, con ganas, violaba a Anastasia.
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