miércoles, 25 de febrero de 2009

Santa Lucía en carreta y la daga en el pecho

Viaje en carreta. Fotografía: Jesús Urrutia


La Semana Santa ya eataba madura. La tierra seca y caliente paría mangos, jocotes y marañones. El canto estridente de la cigarras ensordecía el ambiente y el insoportable calor de la época me obligaba a andar sin camisa.

El tío Isabel y su señora, Tránsito Navarro, junto con mis primas, Elsa, Mayra y Marta habían planeado ir a la playa. Mi hermano y yo nos unimos a la caravana. También iban unas amistades del tío Isabel: don Antonio Solís, doña Adela, y sus vástagos, Antonio, "Cascarita Tapia", como le decían y una hija cuyo nombre no recuerdo.

Lo bueno del viaje era que el trayecto lo haríamos en carreta tirada por "Caballero" y "Navegante", que era la yunta de bueyes propiedad del tío Isabel. Juntos, el triunvirato y el arado le rajaban la espalda a la tierra; nosotros, detrás, prenábamos de semillas el surco.

Atravesamos de Norte a Sur la Hacienda Santa Lucía, cuya distancia aproximada era de unos doce kilométros. Durante el viaje era común ver iguanas, zorrillos y mapaches. Cuando divisé algunas gaviotas paseando en un riachuelo que estaba a nuestro paso, supe que era la señal inequívoca de que el mar estaba cerca, muy cerca. Desde lejos vi los manglares; luego la bocana y la playa.

"Caballero" y "Navegante" hicieron un esfuerzo, literalmente, sobreanimal para atravesar la bocana y llegar hasta la playa. Ya en la playa bajamos todos los cachivaches y el tío Isabel, junto con don Antonio Solís, con sus corvos se hicieron de madera para improvisar el rancho que nos albergaría en calidad de pernoctadores.

Gocé de lo lindo con el agua marina, bañándome y retozando. Para mí las provisiones era lo más insignificante (y creo que para mi hermano también): lo que realmente me importaba era bañarme con las aguas del inmenso mar.

La oscuridad, con su sábana, arropó a la noche que se moría de frío y para no malgastar tanta energía sólo dejó un fanal encendido, que era la luna y que nos alumbraba de Norte a Sur y de Este a Oeste.

Casi no dormí, porque el frío era insoportable y junto con mi hermano decidimos levantarnos de madrugada a ver cómo los cangrejos salían de sus cuevas y cómo rápidamente desaparecían de la arena, introduciéndoce en sus agujeros. Por la mañana cominos cangrejos y no sé qué otro alimento que constituían nuestras provisiones.

Mañana de polvo y de brisa cálida. Camino monótono impregnado de tristeza. De regreso a casa y con la melancolía en la espalda. Dejamos el mar inquieto y las olas chocando contra los peñascos. Tristeza absoluta y profunda; otra vez a la realidad y con la punzante sinrazón, como una daga en el pecho, de volvernos inquilinos temporales en la casa de la abuela.


Miércoles de Ceniza, 25 de febrero de 2009

domingo, 22 de febrero de 2009

La muerte de mi amante

La culpable del puñal en el pecho de mi amante no soy yo, es la mismísima Muerte, que se acostó conmigo la pasada noche. Ella no quería a mi amante: me quería sólo para ella, y lo que hice, únicamente, fue obedecer su mandato; por eso digo, que la culpable fue ella y no yo.

Simbiosis: poesía y miseria


Las vidas del poeta
Fotografía: Rafael Pavón Reina


Por tantas y sobradas razones, José Luis Henríquez había llegado a vivir dónde el tío. Que dejen de mentir las familias y que no repitan más la trillada frase: "A todo los quiero igual," porque como institución sagrada que es, eso las convierte en las grandes sacrílegas de la Humanidad.
Dicho esto, José Luis era visto de menos en su familia por el lado materno; era literalmente, un "arrimado" y quién sabe por qué penurias y situaciones difíciles pasaba. Quizá en la casa de su tío era costumbre que le negaran el alimento, porque siempre se le veía decaído y con hambre. Pero José Luis, hasta de las situaciones adversas sacaba un buen partido.
Como mucho tiempo ejerció las funciones de bibliotecario escolar, no es que presumiera, pero de sus asiduas lecturas algo había aprendido y se las daba de poeta. De la situación que comenté algo compuso, y esto es lo que dijo: ¡Qué triste es amar sin ser amado,/pero es más triste cagar sin haberse hartado!
Y es que José Luis era ocurrente y había hecho una perfecta simbiosis entre el amor que lo engañó (ver Temible enamorado) y las aguantadas de hambre que la casa de su tío le ofreció.

sábado, 21 de febrero de 2009

"Temible" enamorado

Atardecer enamorado... 
Fotografía: Verónica Palma


"El Temible" se enamoró perdidamente de Eugenia, una chica que asistía a un grado superior al que él cursaba. Estaba tan enamorado, que no se enteraba de que ella lo engañaba a diestra y siniestra; es más, creo que era su juguete. Por las noches, siendo la oscuridad su cómplice le pegaba unas grandes "mascadas", según sus palabras y la jerga de la época.
Un docente (don Eden, para más pelos y señales) con el que él había establecido confianza le decía "El hombre Geño", en alusión al apelativo de su novia, pero metamorfoseándolo al masculino. Con dicho calificativo él se sentía muy orgulloso, porque eso denotaba que ella ya era ajena, algo así como de su propiedad, aunque no existiera escritura que comprobara dicha transacción.
Él estaba feliz con Eugenia y no le importaba lo que pensara o dijera el mundo... total lo que diga o piense el mundo sale sobrando.

Diferencias individuales

Cada uno es cada uno y de eso, nadie se salva.

"El Temible"

El temible Blott. Fotografía: Javier Leiva

Un nuevo alumno tuvo el séptimo grado de la E. R. M. U. Cantón "Planes de las Delicias." Su nombre: José Luis Henríquez. El joven educando era alto y delgado, y parecía estar hecho para soportar toda clase de vejámenes por parte de estudiantes que cursaban grados superiores. Con un arcabuz o una espada de madera que había en la biblioteca solían golpearlo sin compasión y sin motivo, y él no alzaba ni una mano para defenderse de la agresión.
Un día de tantos, no sé de dónde y cuándo su ángel de la guarda se le encarnó piel adentro. Estaba dispuesto a ya no soportar, bajo la mesa, la golpiza que sus agresores le propinaban a diario. Entonces, a él le daban un puntapié y devolvía cinco. Le daban un golpe con la espada o el arcabuz y él sacaba fuerzas de su flaqueza, quitándoles el arma y con ella misma les reciprocaba el doble de golpes dados a su humanidad.
Muchas veces ni lo amenazaban con golpearlo y él golpeaba a sus ex agresores con gusto y con pasión. Ya ni sus ex agresores lo aguantaban, mucho menos nosotros que nada le debíamos y por eso, desde entonces se ganó indistintamente y para siempre el remoquete de "Temible" o "El Temible."

viernes, 20 de febrero de 2009

Otra carta de amor

Carta de amor
Fotografía: Carlos Corezola
La segunda carta de amor que escribí, quizá fue cuando cursaba el séptimo u octavo grado. La destinataria se llamaba Isabel. Esta vez el temor ya lo había mandado al garete, y en esta ocasión el intermediario fue Mario Adalberto Márquez, compañero de curso.
Le escribí una y mil linduras, esperando que su respuesta fuera adecuada a mis propósitos. Aunque en su caligrafía (muy fea e ilegible) me decía no, las razones no justificaban su negativa. Más tarde me enteré de que su respuesta obedecía a que, un tipo bigotudo con cabello de puercoespín (y feo para completar el combo) era su príncipe y galante novio, lo cual a mí no me afectó porque ya estaba acostumbrado a los reveses que la vida me daba.

Carta de amor

Carta de amor
Fotografía: David E. Merino


La primera carta de amor que escribí fue allá por mil novecientos setenta y seis, cuando pisaba los doce años. La niña de la que yo estaba profundamente enamorado se llamaba Gloria Ábrego, y tenía la piel ebúrnea (como la leche), era pecosa y su pelo quebrado. Cursaba cuarto grado y yo quinto.
A esa edad a mi no me preocupaba quién sería el Celestino que llevaría la carta hasta las manos de mi princesa de cuento de hadas, sino sobre cómo tratar el tema amoroso y escribirle que la amaba hasta los tuétanos. El tío Francisco, "Chicomoco", como era conocido, me haría ese gran favor, pues él era compañero de curso y se le hacía más fácil entregarla en sus propias manos.
Pues bien, a cómo pude, con más enamoramiento que valor se la escribí. Ansioso por recibir su respuesta las horas se me hacían largas, pero de mayor longitud se volvía el temor de que, en su respuesta, me dijera que lo sentía mucho, pero que ya tenía novio.
Pasé varios días devorándome de ansiedad, y la bendita carta no llegaba. Hasta que un mal día, en recreo, ella me vio y yo la vi. Se dirigió hacia mí, con mi carta en la mano, y me dijo no sé qué. Estaba fúrica y yo avergonzado, porque su aproximación no fue para felicitarme y decirme que aceptaba mi propuesta sino para achicarme por la osadía de haberle escrito una carta de amor.

jueves, 19 de febrero de 2009

David contra Goliat

David y Goliat. Fotografía: Daniel Castro


Guillermo y Pablo procedían de un cantón que se llama Jayuca. Yo asistía al mismo grado que ellos cursaban. Pablo y Guillermo eran dos jóvenes chuscos, amigos de molestar con sus bromas y con contacto físico a los débiles. Capaces de infundir miedo, casi nadie se atrevía a poner tope a sus sandeces y fuerza bruta. Hasta los mayores en edad y estatura solían huir antes que ser víctimas de sus atropellos.

Pablo era bajito y delgado. Guillermo, por el contrario, era alto como fideo y de unos ojos saltones que parecía iban a salir de sus órbitas. El binomio cuadrado perfecto intimidaba a medio mundo, porque el frío sabe dónde se arrima, y medio mundo les tenía miedo.

En cierta ocasión, en receso, había varios compañeros en el aula y Guillermo, tras mi espalda, no sé por qué me tomó del brazo derecho y me lo dobló hacia atrás con la intención de aplicarme una llave. Su intención no terminó por resolverla, porque no sé cómo, por qué o de dónde saqué fuerzas para deshacer la aplicación atlética y con la misma darle un puñetazo limpio en el ojo izquierdo. Sólo recuerdo que con ambas manos, agachándose, se cubrió el rostro. Al contrario de la rebeldía propia de su personalidad no tuvo ninguna reacción violenta. Creo que él tampoco se esperaba de mí una reacción de tal naturaleza, que yo, un débil y flacucho le respondiera con denuedo y a brazo partido. Esa vez que le asesté el golpe lo vi tímido, sin más defensas que su altura, que a decir verdad, había disminuido con mi osadía.

Esto tuvo lugar un día viernes, y el lunes, Memo llegó con un círculo negro, cuyo centro era su propio ojo. Al verlo tuve un arrepentimiento visceral que me produjo remordimiento, pero mi orgullo era más grande que mi estatura que no me permitió pedirle perdón.

Pablo, su mejor amigo, lo tomaba por pelón de hospicio:

-- Memo.

Y cuando Guillermo lo volvía a ver me hablaba a mí:

-- Julio -- señalándolo --, ahí está tu hijo.

-- Memo -- repetía --, ahí está tu papá.

Mucho tiempo después de ese incidente hicimos las paces y Memo se volvió mi mejor amigo. Cada vez que me veía me extendía su mano y decía:

--Somos de lo meros amigos.

Y yo doblemente feliz de no tener diferencias con Guillermo, porque en el fondo sabía que él me había perdonado sin que yo se lo pidiera y porque, de seguro, tenía a mi ángel guardián ante cualquier amenaza. Además, él estaba consciente de que había sido el culpable y que yo no había hecho más que defenderme, como David contra Goliat.

miércoles, 18 de febrero de 2009

La oveja negra

La oveja negra de la familia
Fotografía: Mercedes Teomiro
-- En cualquier atmósfera laboral, siempre hay una oveja negra -- dijo Sebastián cuando le comenté que en todo el departamento sólo había una oveja negra.



-- Claro -- remachó Óscar --, en la oficina hay uno, dos , tres,..



-- Sí, ¿pero es que esa lacra nunca se va a acabar?



-- Nunca, y quizá existe desde que el mundo es mundo -- comentó ambiguamente Sebastián.



Los comentarios habían surgido durante el almuerzo, justo en el momento en que Jaime Espronceda venía fúrico, porque la oveja negra del departamento le había puesto el dedo a todo el mundo con la intención de un ascenso dentro de la estructura jerárquica.



-- Lo bueno es que le saqué la lengua esa vil rata de alcantarilla.



-- Por lo menos supiste canalizar tu cólera por otra carretera, Jaime -- dijo entre carcajada y carcajada, Óscar.



-- Es que cuando digo le saque la lengua, me refiero a que casi lo ahorco con estas mis manos, que son tenazas de cangrejo.

martes, 17 de febrero de 2009

El jícaro y las estrellas

Estrellas. Fotografía: Luis Sandoval Mandujano


En el patio de la casa de la abuela había un jícaro al cual ascendíamos mi hermano y yo, por las tardes, cuando la oscuridad dominaba el entorno rural y los murciélagos nos soplaban con sus alas los oídos esquivando (y evitando) la colisión. Bien, decía que subíamos al generoso árbol, y la intención era reposar en sus ramas con la vista al cielo para contemplar las estrellas desde el inmensamente pequeño jícaro, que de atalaya nos servía en esos cálidos y bucólicos veranos.

El tío "Adobe"

La ruta del adobe. Fotografía: Checho Peinado
El tío Carlos o "Adobe", como le apodaban, era el hombre más justo que a mis doce años yo recuerde. Cuando la abuela le ordenaba a mi hermano o a mí a ir al molino, el tío Carlos salía en defensa de los desposeídos como un buen (y gran) súper héroe, y decía:
--No, que vaya Francisco.
Y así, siempre que la abuela quería cometer una arbitrariedad, el tío "Adobe" decía no, cuando la abuela decía sí.
Creo que hasta cierto punto el tío Carlos era la piedra en el zapato para la abuela, y quizá hasta le incomodaba que estuviera en casa sólo por el hecho de que contradijera sus órdenes, y es que esto, según ella la ponía en muy mal predicado en cuanto a autoridad se refiere.
El tío Carlos ya hace mucho tiempo que le entregó su cuerpo a la tierra. Sobre este hecho hará hace más de treinta años, justa la edad que él tenía al abandonar este mundo.


lunes, 16 de febrero de 2009

El lebrel que a las liebres persigue

A quién está leyéndome
Fotografía: Elton Melo


La abuela por el costado paterno literalmente se hizo polvo hace unos doce años atrás. Le recuerdo el ceño severo y la palabra dura. El color de su piel era moreno: ni claro ni oscuro. Sus órdenes las dictaba con energía y ¡ay! de aquél que osara contradecirla, porque era el chilillo quien le hablaba y ya no su palabra dictatorial. No siempre era así. Perdón, me corrijo: No siempre con todos los de la casa era así. Con mis primos y tío su voz era suave y condescendiente; primero les preguntaba si querían hacer tal o cual faena y ellos, lógicamente le respondían que no. "Que vayan los cipotes de mi tío Miguel," contestaban a su solicitud de pedirles permiso en lugar de ordenarles con dureza a hacer tal o cual labor.
Así era ella. Aquéllos se aprovechaban de su blandenguería y nosostros éramos las liebres perseguidas (sin descanso) por el lebrel en la inhóspita casa rural.

domingo, 15 de febrero de 2009

Los tiempos ya no son los mismos

Iglesia de los Santos Niños Inocentes
Fotografía: Álvaro Calero


En esta parroquia los feligreses ya no caben. Hay gente de pie en la entrada, como si la iglesia misma vomitara a gente indeseable. En el flanco izquierdo, al lado del salón parroquial instalan sillas para que la feligresía escuche la Palabra de Dios. Adentro es un mar de gente: sentados y de pie, que en las bancas no cabe ni un alma y parados, un (o una) feligrés en cada cuadrito del piso cual si fuesen piezas de ajedrez en cada escaque del tablero. Ni los deambulatorios se salvan de esta gente de domingo.
No se puede respirar y la palabra y el incienso llenan en interior parrroquial.
En tiempos de antaño en esta parroquia sólo se casaba la gente pobre y ni caso le hacían los ricos. Ahora la parroquia es mirada con respeto y hasta los ricos se casan en ella. Las limusinas que pacientemente esperan a los esposos lo atestiguan y los arreglos en el interior de la misma, también.
¡Enhorabuena para nuestra parroquia!

La barca

Barca.
Fotografía: Ángel Francisco Soler Cano
Era durante los meses de mayo y junio, que mi abuela nos encomendaba a mi hermano y a mí el repique de campanas en la pequeña ermita rural. Eran meses de apuestas y de anocheceres tempranos. Las apuestas sin apostar nada, sólo por probar nuestras fuerzas y al final saber quién, con mayor energía, había sostenido el badajo en constante choque contra el duro bronce y quién, mayor tiempo sostenía ese contacto firmemente. Eran las seis de la tarde y la noche testaruda nos cobijaba con su sábana de ébano. Eran las seis y nosotros nos subíamos al pequeño muro cual jinete a caballo, soportando la soledad de la espera.


Mi abuela era la persona que en su poder tenía la llave de la ermita y durante los meses de mayo y junio le rezaba a la Virgen María y a El Corazón de Jesús, respectivamente. Algunas veces solamente estábamos en el rezo mi abuela y todos los nietos.


Pasábamos esa larga, larga hora con tedio y con hambre. Mi prima Mayra, recuerdo, era la que, sin querer queriendo, ponía en el rezo la nota humorística. Se sentaba, no en las bancas sino en el piso duro y frío de la ermita, y como si las oraciones fuesen un somnífero se dormía a sus anchas y un leve batir de olas movía su barca. Primero a la derecha, luego a la izquierda, hacia adelante, hacia atrás, y como si sus sentidos le avisaran se detenía justo en el momento en que ya casi besaba el suelo. Una de tantas veces el instinto le falló y pudo más la Ley de la Gravedad y se fue de espladas a probar la dureza del cemento. Sólo se levantó asustada sobándose la cabeza y nosostros riéndonos en nuestros adentros, porque sabíamos que si lo hacíamos en vivo y en directo, las oraciones musitadas a granel no nos hubieran salvado del escarmiento de la abuela.

sábado, 14 de febrero de 2009

Castigado el amor


¿Dónde está el amor? Cupido lo encerró en el cuarto de castigo, porque aun con flores no supo despertar ese noble sentimiento en la Humanidad.
Un poco de mí a la vena... no confundas
Fotografía: Pamela Abarca

sábado, 7 de febrero de 2009

Banderita que sale a flote

Euskadi sale a flote
Fotografía: Julio Arrieta
Hay un animal, que para su coleto dice: Yo soy tan "inteligente", que en el bolsillo guardo una banderita y en las reuniones, cuando me conviene, la alzo en favor de los poderosos.

La Caperucita buena

Caperucita Roja se cansó tanto de ser la niña buena, que una buena noche decidió irse a vivir con el Lobo Feroz. (Para que se acabaran las habladurías, según dijo)
Caperucita Roja. Fotografía: G. Pardo

miércoles, 4 de febrero de 2009

Loco, sordo y ciego

Desayunando bajo la lluvia
Fotografía: Jesús Guzmán-Moya

Creyó ver el ábrego y la lluvia que consigo traía. Creyó escuchar los relámpagos y los truenos, y creyó ver serpentear los rayos que se precipitaban hacia la tierra. Digo creyó ver y escuchar, porque era loco, sordo y ciego de nacimiento, y con el agravante de que un rayo lo despedazó en el instante mismo en que creía ver y escuchar.

martes, 3 de febrero de 2009

¿Quieres mi piel?


¿Quieres mi piel? Te la doy untada de inocencia y de virginidad, cual rosa abierta al amanecer.
Mi piel te espera.

Fotografía: Angharad Segura

La pasión de Drácula

Blood for Dracula. Fotografía: Lucilla Bellini


Drácula, al amparo de la noche, observaba con pasión vampiresca a la hermosa mujer. Cuando la fémina de piernas marmóreas salió por aire fresco al jardín, éste, al verla solitaria y desprevenida, apareció de la nada mostrándole sus colmillos como dagas sedientas de sangre y ex profeso buscó el cuello de la joven. Ésta, presintiendo sus malos propósitos movió su cuello y le ofreció sus labios. Quedó sin ellos y Drácula, viéndole sus brillantes dientes al desnudo huyó despavorido convertido en ratón volador.


domingo, 1 de febrero de 2009

El mundo, una alabanza


Cuando el mundo se canse de alabar a Satán, entonces creerá en Dios.
You are the sun in my sky.
Fotografía: Ash Ley

Supremacía arrebatada

Creación. Fotografía: Leda Paula N.
En el mundo reinó la oscuridad. Satán se sintió muy a sus anchas y desplegó toda su maldad. Dios se sintió incómodo, porque desde aquél día hasta hoy no ha podido arrebatarle la supremacía sobre el mundo que Él creó.