Las vidas del poeta
Fotografía: Rafael Pavón Reina
Por tantas y sobradas razones, José Luis Henríquez había llegado a vivir dónde el tío. Que dejen de mentir las familias y que no repitan más la trillada frase: "A todo los quiero igual," porque como institución sagrada que es, eso las convierte en las grandes sacrílegas de la Humanidad.
Dicho esto, José Luis era visto de menos en su familia por el lado materno; era literalmente, un "arrimado" y quién sabe por qué penurias y situaciones difíciles pasaba. Quizá en la casa de su tío era costumbre que le negaran el alimento, porque siempre se le veía decaído y con hambre. Pero José Luis, hasta de las situaciones adversas sacaba un buen partido.
Como mucho tiempo ejerció las funciones de bibliotecario escolar, no es que presumiera, pero de sus asiduas lecturas algo había aprendido y se las daba de poeta. De la situación que comenté algo compuso, y esto es lo que dijo: ¡Qué triste es amar sin ser amado,/pero es más triste cagar sin haberse hartado!
Y es que José Luis era ocurrente y había hecho una perfecta simbiosis entre el amor que lo engañó (ver Temible enamorado) y las aguantadas de hambre que la casa de su tío le ofreció.
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