jueves, 21 de agosto de 2014

El grito (histérico)


El día (o el mundo) parece estacionado en un grito histérico, mientras los coches se deslizan en la serpiente de asfalto y en  el colectivo viajan los “turistas” del malvivir, que nadie queda indemne de sus desmanes. El infierno estaría bien para ellos. No me corresponde a mí ser su juez, para CONDENARLOS O ABSOLVERLOS; pero si en mis manos estuviera, yo  condenaría a estos “turistas” a pasar unas vacaciones de mil años en el Averno; luego, al cumplir su condena, les aplicaría otro milenio convertidos en piedra, y los próximos mil años siguientes, que nacieran  en el reino vegetal.

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Apenas ayer por la mañana, mientras esperábamos el microbús que lleva a Andrea María al colegio, intercambiamos saludos con la niña Angelita. Siempre pasaba puntual, a las cinco horas con cuarenta y cinco minutos de la mañana, con su pulcro uniforme de trabajo y un suéter color ocre anudado al cuello y la parte delantera del mismo cayéndole sobre el brazo izquierdo. No pensé que ese fuera su último saludo con nosotros… Y la noticia llegó de sopetón, después de la salida del trabajo, con sus variopintas versiones: Que le habían dado un puyón; que vio un herido y  le dio miedo la sangre; que estaba en la siguiente parada de buses después del incidente en el colectivo anterior, cuando le falló el corazón; que alguien vio al autobús doblar a la izquierda y conducirse al hospital San Rafael, porque era urgente la intervención de un galeno; que la habían balaceado;…
La niña Ángela era servicial, amable y respetuosa con sus semejantes. Y  no lo digo porque ya no está con nosotros o por puro decir, sino porque se le sentía esa aura de servicio hacia los demás. Se dirá que estas palabras se le hubiesen dicho en vida y que los elogios póstumos siempre abundan cuando la ausencia física de esta persona es evidente y ya no puede escucharnos; pero es que a veces somos tan insensibles, orgullosos y egoístas que se nos olvida sentir.
La endiablada rutina diaria nos absorbe el alma y hasta el  seso, que olvidamos vivir y recordar el mandato del Hombre que en  la cruz dejó su vida y fue ésta motivo de su Resurrección: Ama a tu prójimo como a ti mismo.
Tal o cual persona era así o era asá dirán muchos cuando alguien ya no existe. Dirán cosas bonitas sólo por congraciarse con alguien que la apreciaba y no dar una imagen de persona chocante ante los demás; pero muy, muy en el fondo son almas exánimes que nada sienten y toman como norma de conducta lo superficial, la vida light.
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El bus va atestado de personas que se comen el pan con el sudor de su frente y de quimeras malvivientes que ralean al que se les pone enfrente. Son seres execrables que no perdonan, y su único código es el de despojar de los pocos bienes a los que nada tienen. Son unos malvados, gandules, mangantes,… Pero es que se colma el vaso y dan ganas de robarles el aliento.
Ora pro nobis, Angelita, mientras aún nos hospedamos en este hotel cinco estrellas y el coyote asecha. Ya llegará  nuestro turno y nos darán visa con carta de ciudadanía de un Reino que no es de este mundo (entiéndase como el lugar que ocuparemos en el otro orbe, luego de que  el Juez nos haya sacado tarjeta roja y nos convoque a la selección de los calvos). Pero mientras tanto: Requiescat in pace, doña Ángela.

(Antiguo Cuzcatlán,  entre el  27/08  y el  24/09, ambas fechas de 2012)


viernes, 1 de agosto de 2014

Citando a Gabriel Miró

Quiso el Señor que fuesen las criaturas a su imagen y semejanza, y no fueron. El Señor lo consintió; y las criaturas se revuelven porque el Señor  no es su semejante, no imaginándolo siquiera con la humánica exaltación y belleza que imprimían los pueblos antiguos en sus divinidades. Se quiere al Señor semejante y a los hombres también; una semejanza sumisa, hospitalaria, una semejanza hembra para la ensambladura de nuestra voluntad.


Gabriel Miró, p. 65, El humo dormido, Ediciones Cátedra, sexta edición, 1987, Madrid,  España