viernes, 20 de febrero de 2009

Carta de amor

Carta de amor
Fotografía: David E. Merino


La primera carta de amor que escribí fue allá por mil novecientos setenta y seis, cuando pisaba los doce años. La niña de la que yo estaba profundamente enamorado se llamaba Gloria Ábrego, y tenía la piel ebúrnea (como la leche), era pecosa y su pelo quebrado. Cursaba cuarto grado y yo quinto.
A esa edad a mi no me preocupaba quién sería el Celestino que llevaría la carta hasta las manos de mi princesa de cuento de hadas, sino sobre cómo tratar el tema amoroso y escribirle que la amaba hasta los tuétanos. El tío Francisco, "Chicomoco", como era conocido, me haría ese gran favor, pues él era compañero de curso y se le hacía más fácil entregarla en sus propias manos.
Pues bien, a cómo pude, con más enamoramiento que valor se la escribí. Ansioso por recibir su respuesta las horas se me hacían largas, pero de mayor longitud se volvía el temor de que, en su respuesta, me dijera que lo sentía mucho, pero que ya tenía novio.
Pasé varios días devorándome de ansiedad, y la bendita carta no llegaba. Hasta que un mal día, en recreo, ella me vio y yo la vi. Se dirigió hacia mí, con mi carta en la mano, y me dijo no sé qué. Estaba fúrica y yo avergonzado, porque su aproximación no fue para felicitarme y decirme que aceptaba mi propuesta sino para achicarme por la osadía de haberle escrito una carta de amor.

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