viernes, 19 de junio de 2009

Entre cefalea y perfumes nocturnos

Mariah Carey new perfume.

Fotografía: Rosa Valenzuela Yánez



Una fuerte cefalea me obligó, por un buen rato, a no conciliar el sueño. Tuve que tragarme un par de analgésicos y aplicar un ungüento en mi amplia frente con la intención de aminorar el dolor que, como un punzón se introdujo en mi cabeza. La noche, con el avance del reloj, ya tenía sus años acumulados y por fin, pude dormirme no tan plácidamente como yo hubiese querido, pero por lo menos pude echarme un pestañazo. Eran las dos o cuatro de la madrugada cuando desperté apurado por un deseo irrefrenable de depositar en el baño un poco de agua menores, pero como siempre, me fui al traspatio a regar a las plantas. Llegué al lugar preciso, como un rey llega a su jardín con la confianza de que, cuando se deshace en amores con la reina, nadie lo observa y fue entonces, que comencé a desaguar mi vejiga. Antes, durante y después de expulsar mi orina un olor penetrante y agradable se posó en mi nariz que, según mi olfato era de mirto; pero avancé unos pasos, porque una luz del alumbrado público que oblicuamente penetraba potente desde la calle en el traspatio, no me permitía observar el arbusto del cual procedía el agradable olor; la luz era cortada con navaja por unas matas de guineo de tal modo que, el mirto quedaba detrás de la luz, a oscuras por la sombra proyectada de otras plantas y hacia delante sólo podía ver los brazos fantasmagóricos de otros arbustos, porque como ya dije, la luz era cortada por las matas de guineo, y vi que el limonero estaba pródigo de flores de azahar. Hubiese querido ser Jean-Baptiste Grenouille para separar, con mi olfato, cuál era el perfume de la flor de azahar y cuál era el olor del mirto, porque ambos se fundían y confundían en uno solo.

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