lunes, 29 de agosto de 2016

Los monarcas

«Si  tus hijos fueran míos y los míos tuyos, haríamos una fiesta, con esponsales y todo. Este instante sería propicio para irme contigo, si es que las cadenas de mi compromiso no tuvieran fortaleza.»
Así se declaraba Carlos, a secas, sin mayores prolegómenos ni cortejos que edulcoraran los sentidos de la mujer, clienta del café «Los Reyes.» Como cada mañana, siempre la acompañaban dos criaturas colegialas.
                -- Disculpe, ¿decía algo, señor?
                -- Sí, ¿qué cuál es tu nombre?
                -- No tengo por qué dárselo. Usted es un desconocido.
                -- Soy Carlos, para servirte, e hizo una reverencia teatral mil veces ensayada frente al espejo. Ahora ya no soy un desconocido.
                -- Lo sigue siendo, señor.
                -- Pero ya te dije mi nombre. ¿Cuál es el tuyo?
                -- Acabo de perder la memoria.
                -- Vamos...
                -- No insista, señor.
                -- Vamos, vamos, que puedo ser el papá de estas dos criaturas.
                -- ¡...Ah, sí! Pues ahora viene entrando el papá de estos dos niños.
                Y, en efecto, un hombre sin traje y con corbata que parecía empleado bancario se acercaba a zancada limpia al café.
                --...Eh, eh, disculpa dijo con voz temblorosa, Carlos, retirándose de inmediato como si nada había dicho.
                Era un cliente más que visitaba el café y Diana, por dentro, se reía a carcajadas.


Domingo 28/08/2016, 8: 36 p.m.


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