miércoles, 27 de abril de 2016

Días santos aquellos

Han pasado los días santos, raudos, huidizos, como codornices asustadas. Habrá que esperar su regreso junto a los días rurales maquillados de polvo y los jocotes, marañones, mangos y ayotes bañados en ricas mieles, sin olvidar, por supuesto, los tamales pisques hechos por las manos primorosas de la abuela Petrona.
La tierra agostada, los árboles con sed y el concierto estridente  de las cigarras nos acompañan en el camino sofocante hacia la casa de la abuela. Lentamente ha caído la tarde y delante nuestro escuchamos un golpe seco: es la puerta de golpes que ha dado paso a la carreta cargada de leña. El chirriar de las ruedas y la trituración de piedras constantes a su paso son como dos instrumentos que se unen al concierto.
Los bueyes vienen cansados, sudorosos. Se les ve tristes, agobiados por el peso, pero no cejan en su misión. Uno es prieto y el otro color chocolate. Ignoro sus nombres y sólo recuerdo el sustantivo de una yunta del tío Isabel: “Caballero” y “Navegante”.
Por fin llegamos. Al pie de la pequeña pendiente de entrada la perra “Canela” es la primera en recibirnos. Ladra, salta de alegría, mueve su cola y en su lenguaje canino pareciera decirnos: “Bienvenidos”. La abuela Petrona, el tío Isabel y demás parientes, felices porque hemos llegado de visita y a pasar los días santos junto a ellos.

Domingo de Resurrección, 27 de marzo de 2016, 3: 53 p. m.



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