domingo, 2 de marzo de 2008

El hombre que no sabía nada

Yo sabía lo que somos, de Lemper


Había una vez un hombre que no sabía nada; mas sin embargo se creía el dueño del mundo. Decía que sus conocimientos eran vastos y eso era más que suficiente para conseguir un empleo de muy buena posición. Le gustaba el bisne de las ventas; alguien le dijo que porqué no se dedicaba a las ventas y al oficio de motorista que tanto le gustaba y dejaba el empleo de auxiliar contable. Ése alguien no recuerda cuál fue la respuesta del "hombre sabio". Cree (y así lo considera) que puede desempeñar los cargos de auditor interno, de gerente o jefe de cualquier área administrativa. En cierta ocasión le preguntó a quemarropa, a uno de sus jefes anteriores, que como su subalterno que había sido cómo consideraba su desempeño, y no tuvo más que contestarle con la verdad, como siempre lo hace: "Para los años (que son varios) que tienes de experiencia, te falta mucho camino por andar; a eso agrégale que tus suelas no conocen la universidad". Si lo desmoralizó, es cosa que no le interesa a su antiguo jefe, más bien está en paz consigo mismo.
Se congrega en una de esas iglesias evangélicas que tanto pululan en la metrópoli. Habla "con propiedad" de la Palabra de Dios, y eso lo aseguraba por sus tantos años de estudio bíblico que tiene, como si su escasa inteligencia y sus muchos años de pertenecer a la congregación le aseguraran la verdad.
Era (es) un hipócrita al que le caben en la mano todas las mentiras. Finge, miente y si el jefe le ordena que se eche a sus pies, lo hace sin preguntar nada y le lame los zapatos. Su escasa inteligencia sólo tiene capacidad para planear maldades, confabular en contra de sus mismos compañeros sabiendo que "el jefe" no hará oídos sordos a sus malvadas palabras y crueles intenciones.

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