domingo, 16 de marzo de 2008

Cantos y palmas

Fotografía: MemoVásquez


Hoy celebramos el Domingo de Ramos. Antes de la liturgia hay una procesión en la que el pueblo católico vitorea con ramos benditos el triunfo de Jesús. ¿Triunfo de qué?, me pregunto, y la respuesta llega de golpe. Dicen las filosofías que buscan al mismo Dios de los judíos, los musulmanes, evangélicos y de todas las denominaciones posibles, que Jesús teniendo condición divina (y eso lo aceptan tanto católicos como evangélicos) tomó cuerpo humano y sufrió como humano. No escapa a tal condición que el Maestro tendría los pecados que todo ser humano tiene, y contra éstos tendría que luchar día a día. Sería una batalla a brazo partido si quería cumplir con el mandato del Padre, pero nunca desigual porque Él sabía que su condición divina lo ponía uno, dos o tres peldaños arriba que a cualquier ser humano aspirante a la perfección. Pues bien, Él luchó contra su ego y la primer tarea para llegar a la cristificación era domeñar su mente, ser amo y señor de esa bestia que en los símbolos evangélicos está representado por el burro. Entonces Jesús entre vítores y alfombras ingresa triunfante a la ciudad de Jerusalén, montando en su pollino, queriendo significar que la mente no lo gobierna más.
Este día la procesión no comenzó desde el monumento del Indio Atlacatl sino desde Cumbres, precisamente desde el Triángulo. Durante el recorrido la feligresía entona cantos que destilan alegría (y no el dolor del Viernes Santo), hasta llegar al templo donde el religioso oficia la misa (que esta vez no fue en parroquia sino en la antes llamada Plaza de las Ciencias) y que es la culminación del Domingo de Ramos.

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