martes, 8 de abril de 2008

Pisa los talones la vocación

Profesando. Fotografía: Fede Salvo
Un día, en mi lejana adolescencia, pensé ser docente, inspirado en un profesor que tiene o tendría (porque no tengo ninguna pista de él y no sé si ya dejó de sufrir en este excecrable planeta) mi mismo nombre y de patronímico Hernández. Venía desde Quezaltepeque hasta uno de los más remotos cantones de El Salvador. Enseñaba la asignatura (creo que para la mayoría de personas) más difíciles del mundo: Matemática. Tambien impartía Estudios de la Naturaleza.
Pues bien, yo era uno de los alumnos más colaboradores del salón, y todo porque transmitía confianza, paciencia y serenidad. Yo quería ser como él, enseñar como él, ejercer el magisterio como él. En todo me hubiese gustado imitarlo; pero una vez sentí traicionada(cosas de adolescente) mi confianza, porque estando en pleno toda la clase, mencionó algo sobre una jovencita que yo pretendía, y entonces fue mi muerte y mandé al diablo la profesión de maestro y me olvidé de ella.

Una vez, en una excursión hacia el Occidente del país, pasamos frente a la Normal, y me dijo:

-- Ahí tendrías que venir a estudiar.

-- Sí -- respondí secamente.

Fue en 1980 que la Normal la tomó el ejército y fue ahí donde se fundó el Batallón Atlacatl. De nada tenía que preocuparme, pues de la docencia me había olvidado totalmente. Mi hermano estudiaba por esos días el bachillerato comercial, opción contador. Yo quería imitarlo y me metí de cocorota a un Instituto Nacional a estudiar esa sacrificada profesión. Luego en la universidad, seguí con la contaduría pública, cosa que reñía con mi vocación por mi olvidada. Pero uno puede olvidarse de la vocación, pero ella jamás se olvida de uno, y lo persigue a uno sin darle tregua.

Un círculo dejé trunco en mi lejana adolescencia. Era algo así, como una deuda impagable con mi destino. Un descuido a la vuelta de la esquina, y ya la tenía junto a mí. Hace cuatro años atrás me encontré estudiando el Curso de Formación Pedagógica, y ahí la vocación se impuso para cerrar el círculo que había dejado trunco.

Así que, por obra y gracia de mi vocación soy contador público y docente; pero primero docente que contador público.

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