jueves, 10 de abril de 2008

Andrea va al colegio


Fue pasado el año dos mil que Andrea María inició su educación preescolar y fue también el año en que los terremotos demostraron que El Salvador es ciertamente, El Valle de las Hamacas. El primero, el sábado trece de enero y un mes después (exactamente el martes trece), el segundo. Para el trece de enero, Andrea, de tres años, había sido invitada a un cumpleaños, evento que fue suspendido por obvias razones.
Recuerdo que el primer día de colegio Andrea María iba con su falda pantalón azul-negro, su blusa blanca y una lonchera verde de Las Hormiguitas, que un niño travieso le cortó con tijeras. La profesora estaba en la entrada del salón recibiendo con alegría a todos sus alumnos y alumnas. Nunca me imaginé que una persona tan joven y sin experiencia alguna fuera a ser la maestra de todos esos infantes; pero esa joven docente demostró que su formación no había sido en vano, y con empuje hizo un buen partido del que ninguno de los padres quedó con cara de insatisfacción. Su nombre es Emiliana Henríquez, muy buena persona, por cierto.
Pues bien, Andrea se quedó, no de muy buena gana y con lloriqueos que atravesaban su garganta y a mí, el corazón. Acepto que no fui muy valiente, porque acompañaba a Andrea María hasta el portón del colegio. El resto del camino se lo dejaba a María Teresa, porque sabía que mi corazón se quebraría y mis ojos, posiblemente, abrirían sus válvulas para dar paso a un torrencial aguacero. No es nada fácil dejar a las criaturas, por primera vez, fuera de casa, pero por el bien, en este caso de ella, valió (y sigue valiendo) la pena.

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