La sociedad salvadoreña tiene una mentalidad cuadrada. Si soy agrónomo, sólo tengo que saber de agronomía; si soy economista, mi fuerte debe ser la economía; si el título señala licenciado en sociología, debo ser un conocerdor solamente de esa disciplina.
Si el profesional quiere abarcar otras disciplinas del saber, ese ya es un bicho raro, de otro planeta. No es dable que este loco quiera ser un erudito.
Todo esto viene a colación, porque recuerdo que cuando estudiaba las asignaturas de profesorado, un colega de la oficina veía mis inclinaciones humanísticas como algo de muy mal gusto... ¿Y eso a mí qué me importaba? Luego, el Centro Nacional de Artes (CENAR) fue la otra casa de estudios que visité para estudiar el Diplomado en Historia de la Cultura y el Arte. Y yo le leía en los ojos, y me imaginaba que por la frente le salía el gran letrero: "¿Y eso para qué te va a servir?" Y yo le respondía, mentalmente también, que "para mi propia formación cultural, para bien de mi persona." Y pensaba que "¿A cuenta de qué yo sólo tengo que saber de contabilidad?"
En una reunión social se reúne gente de disciplinas diferentes, no solo contadores, y entonces, en una charla amena no tendría de qué conversar, me quedaría de brazos cruzados. Bien, pero no sólo esto es lo que me mueve sino el hambre cultural que reclama mi yo.
Pobre gente aquella que se limita a un mundo reducido, sabiendo que un vasto saber existente nos abruma la vida.
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