Carta a la Xia. Fotografía: Memo Vásquez Donde J. O. da cuenta de los pormenores que condujeron al rompimiento noviazgal y la forma en que esta epístola envió.
Ana P. G.:
Supe por boca de Víctor, tu hermano, que tres descendientes acompañan tu existencia. Mi regocijo no sería de gran estatura si solamente te congratulara: es necesario recomendarte que tus manos estén prestas a su auxilio y a su protección.
Ahora me corresponde hablarte, con la palabra escrita, por supuesto, de un asunto importantísimo en el que tú y yo, fuimos los protagonistas del drama. Deseo aclarar muchos puntos: voy al grano, sin tapujos y con suficiente valentía.
La moralidad y mi fuerza de hombre viril siempre se mantuvieron en absoluta disensión. De no haber sido porque te respeté, a vis de encorsetar mi fragilidad humana, Lenin hubiera sido, para honra mía, nuestro hijo. Pero tuvo que acercarse “el personaje de blancura láctea” para expoliarme y proscribirme de tu corazón. Al principio, supongo, entre tú y él hubo algún forcejeo verbal, pero ya cuando las palabras (a golpe de persecución y monotonía) calaron en tus oídos, la cópula se tornó en un acto deliciosamente pecador. En ese momento la hoguera ardía, y el madero de tus principios morales, crepitaba. Los leños informes, en el imperio de la llama, a cenizas quedaron reducidos.
Hubiera sido maravilloso darle fiel cumplimiento a nuestros anhelos que, en el posgénesis del noviazgo hicieron su aparición, pero ya ves, todo resultó negativo para el propósito que perseguíamos. Lástima grande por ti y por mí, ya que creí a ojos cerrados en tu buen caletre y radiante modosidad. No pienses que no lo sentí; desde luego que tus acciones me colmaron de una terrible compunción. Sufrí bastante, lo admito, pero todo estuvo dentro de los límites de la naturalidad. Dicha situación se la debo a dos grandes razones: primero, porque no me aferré al déficit cambiario y segundo, porque la madurez emocional me acompañó.
Después de haber truncado mis esperanzas con la ristra de tus pretextos, Cupido tardó tres años para volverme a seducir a su intricado laberinto. Recuerdo que tu famosa excusa fue: “Fíjate que estoy arrepentidísima de que hayas venido a pedir permiso por mí”. Atragantándome con el último bocado del almuerzo (que era un pescado frito, por cierto) te interrogué boquiabierto: “¿Y por qué?”
No obtuve una respuesta satisfactoria a mi inquietud, ya sea porque no pudiste o porque la cobardía se hospedó en tu corazón, dejando a tus cuerdas vocales a merced del cruel e infame embuste. Con el paso del tiempo la segunda premisa terminó por aparearse fielmente con la realidad.
* * *
Como tú bien sabes mi noviazgo tuvo una ruptura profunda y terminó en matrimonio; la universidad ya no soportó mi presencia y me lanzó a la graduación y finalmente, el llanto de una niña me estrenó en la paternidad. Llevo casi seis años de estar casado y te aseguro que no experimento síntomas de arrepentimiento: mi hija, Andrea María ha enriquecido nuestras vidas, como el aceite generoso que mantiene ardiendo la lámpara en los altares.
Tomo otro sesgo. Fíjate que seguí empuñando el cálamo, y fruto de esa pasión, unos artículos fueron abortados en los ejemplares de El Diario de Hoy y otros, en el Suplemento Cultural Astrolabio de Diario El Mundo. Ojalá puedas ver en el periódico algún artículo de mi autoría.
La epístola te la escribo y remito subrepticiamente. Tu silencio será la señal inequívoca de que mi carta llegó a tus manos y la mejor respuesta que habré obtenido.
Atentamente,
J. O.
Post scriptum. No desestimo la oportunidad para enviarte un saludo de Navidad y año nuevo.
Antiguo Cuzcatlán, diciembre 06 de 1999
De Epístolas de amor (ad)yacente, Premio Único XIV Juegos Florales Ahuachapanecos