lunes, 5 de enero de 2009

Les miserables

Les miserables. Fotografía: Riccardo Cuppini


Anoche no podía dormir. El sueño y yo jugando al gato y el ratón: éste que se escondía y yo queriendo atraparlo. De todas maneras, al parecer, me estaba jugando una mala broma. Alguna colaboración hubo de mi parte para que el sueño se tornara escurridizo: estaba pensando en cómo armar un cuento sobre el tema de la Muerte, y eso me tuvo la mente bastante ocupada. ¡Entonces, no entiendo cuál es el motivo de mi queja!


Sin poder pegar pestaña, como a las diez y media, escuché un violento aleteo en el gallinero (otra razón para el desvelo) que me puso en alerta. Pensé: "Algún tacuacín se coló y está queriendo llevarse a las gallinas." Me incorporé, quité el mosquitero, me calcé las sandalias de baño y dispuse mis pasos hacia el gallinero. En efecto, la zarigüeya andaba de visita en el interior de la pequeña granja y no precisamente en buenos términos sino con la intención de cenárcelas.


Desandé mis pasos y le hablé a María Teresa, indicándole que el tacuacín quería hacer de las suyas. Ella también se levantó, fue a encender la luz y a buscar un corvo. Me dijo: "Ahí está." En efecto, estaba sujeto, como perico a su jaula, bien asido.


-- Espérame, me iré a poner los zapatos.


-- En todo eso se va -- me dijo.


Nuevamente desandé el camino y me puse los zapatos y lo andé nuevamente. Luego, ingresé al gallinero con el corvo en la mano y de dos o tres machetazos lo arranqué de la tela metálica. Salió corriendo, despavorido y sin mirarme; yo lo perseguí, que formé una jota mayúscula en el trayecto y el animal peludo no daba la impresión de rendirse. Por fin, a mandoble limpio le alcancé el abdomen hasta cerca de la columna vertebral y aún, María Teresa me dijo que le diera con un pedazo de costanera en la cabeza, no fuera a ser que aún estuviera vivo y así lo hice. Luego me quedó la sensación de haber asesinado a un indefenso animalito, que ningún mal me había hecho. Me sentí desgraciado y miserable, el ser más malvado y miserable que puebla la Tierra.

1 comentario:

Franz dijo...

Hubiera preferido no enterarme Julio...