miércoles, 14 de enero de 2009

I*


Ventanal del castillo. Fotografía: Ana Alas
"Llamaras histéricas surgieron de la boca monstruosa
y quemaron la hierba de los alrededores."

Waldo Chávez Velasco, Cuentos medioevales


Eran tiempos de batallas: moros y cristianos se despedazaban sin piedad. Y cuando parecía no haber mano de Dios que detuviera las peleas, apareció un dragón azul escupiendo llamaradas. Los dos ejércitos se olvidaron del asunto que tanto les entretenía y en desbandada, huyeron por caminos equivocados: muchos moros fueron a parar a tierras cristianas y no pocos cristianos se sintieron extraños en tierras moras.
Si los combatientes en pugna siempre estaban dispuestos a quitarse la vida, lo hacían con mucho gusto y el grano nunca faltaba. Esta vez sí: el dragón azul, con sus llamas, había quemado las cosechas y una hambruna terrible, peor que las guerras, estaba enviando al cementerio a cientos de personas.
La historia algo había dicho al respecto. En Cataluña, San Jorge, dio muerte al dragón que con tanto empeño quería rostizar a la princesa.
-- No se hable más -- dijo el rey --. Que mi hija salga del castillo en busca del dragón; si Dios quiere que envíe a San Jorge para que defienda a la princesa y acabe de una sola vez por todas con ese animal. Pero si al santo no le está permitido venir, que se haga la voluntad del Creador y que le reserve un lugarcito en el cielo.
Dicho y hecho. La princesa con espada al cinto y su yegua Adolfina partieron hacia los campos en busca del dragón azul. La yegua que a tan regia dama cargaba se alejó leguas y leguas del castillo, pero aquél, al que con tanto empeño buscaban, parecía que la tierra se lo hubiese tragado.
De repente, de una montaña, en la cual había una caverna grande y profunda, salieron lenguas de fuego y el dragón azul con ellas. Pero el dragón azul al ver a la princesa, no hizo más que echarse a sus pies y darle un beso en el juanete más grande que tenía en el pie izquierdo.
-- No me quites la vida, princesa -- suplicó el dragón azul --, si yo hago todas esas barbaridades no es porque quiera sino que en mi adolescente existencia estoy falto de amor y necesito que alguien se fije en mí.
-- No te haré daño, dragón azul -- dijo la princesa -- si me prometes que de esta tierra te irás para siempre. Si no lo haces, yo misma, acompañada de San Jorge, vendremos a quitarte la vida.
-- ¡No, no, no! A San Jorge no lo quiero ver ni en pintura. Él ya me mató una vez y no quiero sentir en mi cuerpo su fría espada. Mejor me iré para no regresar nunca más.
Por el sol poniente sólo se ve la figura del dragón azul que no enfrentó a la princesa, pero sí tuvo el valor de no hacer polvo a la obesa que era más horrible que él.


De: Epístolas del amor (ad)yacente
Premio único XIV Juegos Florales Ahuachapanecos, 2007


*Andrea María lo tituló El cementerio del dragón; yo, por contrario, aún no sé que cómo llamarlo y lo dejo con el número romano, tal como lo escribí y ganó el premio.


1 comentario:

Franz dijo...

Una hermosa prueba de que no todo se logra con la belleza, o mejor dicho un ingenioso elogio a la fealdad equivalente al "La suerte de la fea..."