sábado, 24 de enero de 2009

La caída de Álvaro

La caída, de David Gremard Romero


Eran días de pólvora y de protestas. Era la época en que sólo en la universidad se podían escuchar Las casas de cartón y El sombrero azul, música por el gobierno censurada y por los estudiantes escuchada con devoción.



Mil novecientos ochenta y cinco, año lejano de mi ingreso a la Universidad de El Salvador. Año también en que conocí a muchos compañeros procedentes de los departamentos del país. Entre ellos, Álvaro Ernesto Pérez Moreno, venido de la ciudad de Usulután o del Puerto el Triunfo, no lo recuerdo con exactitud. Fuimos compañeros desde el primer ciclo de estudios en Matemática I, Filosofía General y Principios Generales de Economía I.



Recuerdo que era un joven con una economía bastante a flote. No había necesidad de preguntárselo, su buen vestir lo denunciaba y los viajes que a diario realizaba hasta su lugar de procedencia.



Matemática I no era su fuerte y terminó por aplazarla. La llevó en segunda matrícula y el resultado fue el mismo. Hizo el tercer intento y los números, al parecer, le jugaron su última mala pasada, porque obligatoriamente tenía que cambiarse de Facultad y de carrera. Se cambió a la de Jurisprudencia y Ciencias Sociales para cursar Derecho. Fue lo último que supe y le perdí la pista.



Seis años después, leyendo el periódico me entero de su muerte. Él y dos de sus compañeros se enfrentaron a un retén y cayó abatido a balazos por sus enemigos. Cito: "El cadáver quedó en una quebrada que corre paralela a la Calle Antigua a San Antonio Abad, atrás de las bodegas del Consejo Central de Elecciones."* Uno o varios balazos en el tórax fueron suficientes para que Álvaro Ernesto dejara de respirar y quedara besando la quebrada el martes veintidós de enero de mil novecientos noventa y uno. Los otros dos acompañantes de Álvaro fueron capturados y en su confesión manifestaron pertenecer al FMLN. A éstos les decomisaron una granada fragmentaria, un bloque de TNT y tres armas de fuego.



Esta fue la noticia más negra que recibí para el año nuevo de mil novecientos noventa y uno. Conocer y tratar a un compañero y luego ver la noticia de su muerte violenta, no causa más que un dolor muy grande en el corazón.






* El Diario de Hoy, jueves 24 de enero de 1991

1 comentario:

Franz dijo...

Creo que es la sensación normal al comprobar nuestra propia fragilidad y la de todo lo que nos rodea...