sábado, 6 de diciembre de 2008

El procaz don Francisco

El pícaro. Fotografía: Emilio A. Pacios


A don Francisco, al igual que a don Élmer lo conocí en una empresa, cuyos accionistas eran los Henríquez. Para llegar a la segunda planta donde se hacinaban varias sociedades de los mismos dueños, primero, había que traspasar una puerta de vidrio, subir unas gradas que se quebraban en "C" y al final de la escalinata se encontraba don Francisco. Luego se empujaba otra puerta de vidrio y ahí se hallaba una oficina oblonga con tres cubículos en el flanco izquierdo y el resto de la infraestructura para los encorbatados, que se ubicaban en sus escritorios, sin simetría y sin orden, como una oficina gubernamental.
Francisco Farré, auxiliar de créditos y cobros, al final; Jorge Orantes, auxilar contable, un poquito más allá de cintura de la oficina y yo, casi en la mitad de la misma.
Pero de quien quiero hablar es del personaje que dejé detrás de la segunda puerta que abrí, don Francisco. Bien, era un personaje quizá con unos ochenta años en su espalda, cabello nevado, alto y una picardía propia del que, desde infante aprendió de alguien que fue más pícaro que él.
Contaba que fue expulsado de la escuela, porque le zampó una pedrada a su profesor de segundo grado. Pero lo contaba con una frialdad en la que el acto no resultaba ser grave ni que tal hecho le ameritara la expulsión del recinto escolar. En otras ocasiones era demasiado procaz, y al ver pasar a alguna dama o señora, compañera de oficina, decía:
-- Fíjese que la Fulanita ha comprado un pedacito de la grande para hacerse rico, rico.
Lo decía tan natural que cualquier oyente no podría pensar en el doble sentido que él mismo aplicaba a sus palabras.
Ignoro si don Francisco ya habrá entregado su alma a Dios o al Demonio... digo, por las diabluras que cometió.

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