viernes, 12 de diciembre de 2008

El oculto (y desnudo) rostro de la hipocresía

Hipocresía burrocrrática. Felipe Cifuentes


Casi (siempre) el conocido (ya no llega ni a la categoría de compañero de oficina) habla muy lindo delante de ti, pero no tiene piedad para apuñalarte por detrás, meterte zancadilla y querer quedarse con tu ilustre puesto. Puesto que no pediste ni necesitaste de poner en evidencia a nadie, para que la alta jerarquía te lo ofreciera; es más, ni siquiera lo querías, pero por insistencia de tu jefe lo aceptaste. Sabías lo que te esperaba y quiénes te rodeaban, como también sabías que las mujeres son unas arpías y que los hombres son un nido de víboras.


A pesar de todas las confabulaciones por volarte la cabeza, tú les demuestras que en tu corazón no hay odio ni rencor en contra de ellos y ellas; por el contrario, le prodigas compasión (que es lo que necesitan con profusión) a esa bola de ineptos que no han pisado la universidad ni siquiera para ir a comprar un libro. Calidad humana aparte, diría yo.

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