sábado, 9 de agosto de 2008

Entre senderos abruptos y sol violento

Camino en la campiña. Fotografía: Carlos E. Cáder


Días, semanas y meses tenía de planificar una salida al campo e igual número de días, semanas y meses que la postergaba, ya sea porque siempre tenía algo que hacer los fines de semana o porque la abulia podía más que el deseo de abandonar la ciudad. Esta vez lo haría (igual que el año pasado) con don Ricardo Ábrego, que había quedado encantadísimo con la atención de la casa familiar en su visita anterior; pero diversas razones no me permitieron andar nuevamente el camino rústico junto al amigo cuyo apellido, según el Diccionario de la Real Academia Española significa "Viento templado y húmedo del sudoeste, que trae las lluvias." No, esta vez tuve la oportunidad de invitar a Eliseo, otro amigo de la "Ciudad de joyas y preseas". Pues bien, partimos a las seis de la mañana; abordamos la ruta 102 que conduce al Puerto de La Libertad y luego, desde ahí, tomamos la ruta 187, que hace el recorrido Puerto de La Libertad - Comalapa y que nos deja a mitad del camino, porque es donde nos quedamos, exactamente en el desvío de Los Planes de Las Delicias. Hay pick up que hacen el recorrido desde el desvío hasta el cantón últimamente señalado, pero nos habíamos propuesto hacer la caminata de un kilómetro y medio para llegar a la casa patronímica, antes de la abuela Petrona

A eso de las ocho y media ya estábamos en la oblonga casa de adobe y repellada de cemento hace más de treinta años. Bien, desayunamos y más tarde, hicimos otra caminta, esta vez hasta el río, que bajo el puente Cangrejera se apropia del sustantivo. Fue aproximadamente unos dos kilómetros de camino entre sol violento, sombra generosa de almendros de río y senderos abruptos que a ratos se volvían rudos y fatigosos para nuestros pies. Estaba ahí, anchuroso, pleno y con un vigor, como quién ha recibido el poder desde lo alto en gotas de lluvia. Regresamos a la casa a la hora del almuerzo. Sopa de gallina india y gallina asada nos esperaban. Luego de semejante almuerzo descansamos a la sombra del mamonero. Entre plática y plática el tiempo pasó y no creímos que fuera tan tarde: la cuatro y treinta y nueve de la tarde. Sólo nos tomamos un café y desandamos el camino andado. Nuevante el mismo trayecto, a la inversa. Llegamos al Puerto de La Libertad aproximadamente a las siete de la noche y el último bus con destino a San Salvador iba repleto de gente y hasta de bandera (colgados) iban. Nos quedamos con la intención de que (por aquello de las casualidades) otro bus pasaría; pero no fue así.

De todos los que nos quedamos, uno le pedía a los automovistas un aventón. Siempre hay un buen samaritano, y el motorista (dueño o no de un pick up) nos hizo el favor de traernos a todos. Gracias a ese personaje anónimo pudimos llegar sanos y salvos al lugar de origen.

Eliseo estaba feliz del viaje a la campiña, de la caminata "jungla adentro" que hicimos y yo, agradecido porque me había acompañado a la casa familiar.



Para Eliseo Ayala

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