Una de las mayores miserias humanas es la hipocresía. Hay que odiarla y no ser amigos de los que se comportan como tal. Es mejor mantenerlos al margen y no sentir odio ni menosprecio hacia ellos. Sintamos compasión, que a ellos les falta mucha, mucha humanidad.
Que alce la mano aquél que nunca ha dudado. Si hasta el mismo Jesucristo en el momento supremo de su propia agonía lo hizo. A mí las dudas me sirven para reflexionar y encontrar alguna posible verdad. En más de alguna vez (creo) logro acertar.
lunes, 25 de agosto de 2008
miércoles, 20 de agosto de 2008
Obra terminada
Sor Mercedes me ha dicho, que para terminar la ampliación del Colegio Esparza tuvieron que endeudarse. No lo hicieron a través del sistema financiero (que buena tajada en intereses les quitaría en el momento de efectuar los pagos, y el abono a capital sería menos) sino que una institución hermana, el Colegio Nuestra Señora de la Paz, de San Miguel, le hizo el financiamiento, sin intereses claro,... y sólo eso es ganancia y una decisión muy acertada de parte de las hermanas.
Los treinta y cinco más una suma de ceros a la derecha, es el complemento de la contraparte que el gobierno Vasco les exigió en el convenio para que el proyecto llegara a feliz término.
La deuda es grande, pero la congregación está feliz (y satisfecha) con la obra terminada. ¿Y quién no?
(La ampliación está destinada para el tercer ciclo)
Recordando el viaje
Eliseo quedó muy contento con el viaje que hiciéramos donde mis parientas el miércoles séis de agosto. La caminata nos desintoxicó(y desestresó) de la contaminación urbana y del ajetreo laboral que a diario ejercemos en la jungla de cemento. Le pregunté a Marta que si podía prepararnos una atolada para finales de mes. Me dijo que con gusto. Entonces, para fin de mes nos espera el choclo y el delicioso atol de elote.
(Creo que la caminata no la haremos porque llevaremos a nuestas consortes e hijas)
El susto de las monjas antropófagas
En un convento hay veinticinco monjas. Dos de ellas, como merienda se comen a los niños que las humildes aldeanas dejan bajo su protección. Ocho de ellas comentan ser la reencarnación de la Virgen María, y el resto se deleitan en la oración al Santísimo.
Pero hubo un niño más listo que las antropófagas; y es que se vistió de rata y las dos monjas, con el horror en sus caras salieron huyendo del cuarto-prisión donde tenían a los infantes. Le dijeron a la Superiora que renunciaban a los hábitos, porque en el convento vivía el propio Satán convertido en rata del tamaño de un niño de diez años.
Esa era la excusa perfecta, porque a la salida del convento, a cada una de ellas la esperaba un caballero con saco, corbata y sombrero... y la diligencia que las llevaría a un hostal donde conocerían (y pondrían en práctica) lo que habían visto (furtivamente) en la revista Playgirl.
domingo, 17 de agosto de 2008
El perfecto idiota
El tonto es el personaje que se preocupa por alcanzar la excelencia (de la idiotez) en la sociedad.
Hora de misa
Fotografía: René Aguiluz
Acabo de pasar frente (y paralelo) a la iglesia católica. Es hora de misa y hay feligreses que se han quedado afuera, porque realmente la parroquia de Los Santos Niños Inocentes se ha encogido en relación con el crecimiento de la población. Esta parroquia es administrada por la orden de San Jerónimo Emiliani.
Hoy el municipio tiene urbanizaciones de gente poderosa, que tiene qué ver con el desarrollo del país. Antes, recuerdo, en esta pequeña iglesia sólo se celebraban matrimonios con la gente pobre del municipio; ahora no, hasta novias en limusinas vienen a dar el sí ante altar y el sacerdote, que ese momento representa a Dios.
Pues bien, decía, que la gente ya no cabe y si en un pretérito la iglesia se hubiera contruido con mayor número de metros cuadrados, en la actualidad, no habría problema de espacio para la feligresía que se acerca a adorar a Dios.
Mentiras espaciales
Lujos y mentiras. Fotografía: Marco Dianez
Los políticos elevan sus discursos como cohetes espaciales, que las gentes, al verlos tan altos (y escucharlos) les creen. Ante esa lindura dialéctica se anonadan sus seguidores y sólo pocas personas (no adheridas a ninguno ni otro bando) no se toman las píldoras políticas. Saben, que como el Challenger explotará en el espacio.
El gesto brutal del pintor
(Viernes Santo: 06 de abril de 2007)
SOBRE LA MESA circular un grupo de libros y de autores: Abaddón el exterminador, de Ernesto Sábato; Cuentos completos I, de Julio Cortázar; Guía triste de París, de Alfredo Bryce Echenique; En las cimas de la desesperación y Brevario de los vencidos, de E. M. Ciorán; Matilda, de Roald Dahl; Fábulas, de León Sigüenza; Caravaggio, de Gilles Lambert; Vida perdida, de Ernesto Cardenal y Años y leguas, de Gabriel Miró. Unos leídos, otros en capilla ardiente para ocasión más venerable. Distante al alcance de lenguas tan disímiles que forman esta torre babélica la revista Síntesis, correspondiente al año cincuenta y cinco. Veo la portada, y sobre un fondo morado el título en letras negras y rodeadas en su contorno de color amarillo; sobre un quinto de la portada y en forma rectangular: Revista Cultural de El Salvador, año II - No 13. En su solapa detengo mi vista en el índice: "Semana Santa en el pueblo", por Arturo Ambrogi, página setenta y uno. Lectura muy propicia y nada desdeñable para estos días santos. Busco el número que la solapa indica, y leo con grande deleite. La lectura me sacude el recuerdo. En febrero del año pasado el reto personal se manifestó pictoricamente: pintar una de las estaciones del Vía Crucis.
Para todos los Viernes de Cuaresma y Viernes Santo, a mi madrina Mariana le encargan una estación, la treceava para ser preciso: Jesús es bajado de la cruz. Visité las ventas de artículos religiosos con la intención de comprar una estampa que me sirviera de referencia para pintar la estación antes mencionada, pero no encontré una que personalmente me satisficiera. Busqué en una revista de arte y ahí encontre la Deposición, de Caravaggio, que viene a ser la catorceava estación: Jesús es colocado en el sepulcro. Me dije que podría ser un buen regalo para mi madrina en esa Semana Santa, pero no lo terminé. Dos mañanas, con sus respectivos sábados sólo para engrapar la tela en el bastidor; preparar el lienzo con la pintura blanca acrílica, mezclada con cola blanca y elaborar el dibujo. Comencé a pintar por donde no debía: los personajes principales y por último el fondo. Pensé que la obra estaría lista en escasas cuatro semanas, ¡craso error de pintor en ciernes! Con el bendito cuadro pasé todo el año dos mil séis, y aún no vislumbraba poder acabarlo.
Me meto de cocorota en la lectura y me abstrae el recuerdo de la "Procesión del Silencio", exactamente cuando leo: "Percibimos claramente la voz que clama: ¡Jesucristo fue obediente hasta la muerte! Y luego otras en coro, que contestan: -- Ora pro nobis". Hoy ya no se usa el latín, lengua que Benedicto XVI quiere restituir en las misas, y todo el mundo, actualmente, contesta:
-- Y muerte de cruz para salvarnos.
Le metió mano Wilber, el profesor Polío y Walter. Con Walter hasta fuimos un día miércoles por la tarde a meterle pintura literalmente. Creo que Wilber a Jesús le pintó el rostro, le dio ese color mortuorio y le figuró las costillas. El profesor Polío le acentuó los rasgos faciales a José de Arimatea; y muchos compañeros al verlo decían que era mi autorretrato. Walter colaboró con los rostros de María de Josef, María de Magdala, María Salomé y el Nicodemo. Como pueden inferir, es una obra colectiva como si de fuera tesis de grado. ¡Qué vergüenza! Al final no podré decir que es una obra pintada totalmente por mí. Y luego, más tarde diría yo, para sacudirme un poco la vergüenza, que esa obra fue hecha con una pequeña ayuda de mis amigos.
Fredies Monge, otro de los docentes, decía:
--Esto ya parece la segunda catedral.
Duglas, con la sana intención de hacerme sentir mal, cosa que no logró por más que quiso, porque a mí, igual que a Schafick Hándal, me resbala, comentaba dirigiéndose a mí:
-- ¿Y por qué no te lo llevas para terminarlo en la casa?
-- A las ganas les ha dado por quedarse inmóviles.
Y hasta tenía el valor de decirme, que cuando ya estuviera en los detalles de los personajes que le avisara, porque en eso me podía echar la mano. Pobre charlatán, decía yo, con unos tres cuadros que ha pintado ya se cree todo un Miguel Ángel, Rafael o Leonardo, y más grave aún, eran formatos minúsculos en comparación con mi pintura: un metro de altura por setenta centímetros de ancho.
Y César Mateo:
-- ¿Ya va a estar el milagro?
Di por terminada la sesión y el cuadro también. El Viernes Santo entre mirto, palmas y flores se lucía la Deposición en el centro de su moldura.
Y la gente que detrás de la "Procesión de los Encuentros" iba bioqiaberta quedaba viendo la Deposición, de Caravaggio, copia infiel hecha por mí, y aunque ignorantes del título y de la identidad del pintor, igual admiraban la pieza y congelaban el instante con sus flashes, y hasta me imaginaba a Jesús haciendo sus mejores poses de difunto, y por fin, descolgándose de los brazos del Nicodemo y de José, fastidiado de tanta admiración, reprimía con dureza a la muchedumbre:
-- ¿Y qué nunca han visto un muerto?
miércoles, 13 de agosto de 2008
Costumbres
Pasadas las cuatro y treinta, religiosamente el café y un padazo de semita mieluda que compro en La fortuna de pan, aquí, sobre la 1ª calle Poniente. Una que otra rosquilla para Andrea y una torta seca para María Teresa. No me resulta difícil dejar esta costumbre, pero tampoco me incomoda tenerla; más bien es una dulce costumbre (y deliciosa) a la que por el momento no pienso renunciar.
martes, 12 de agosto de 2008
Breve reflexión sobre Dios y Satán
¿Quién fue primero, Dios o Satán? Después de una breve reflexión puedo decir que ambas figuras y poderes ocuparon igual estamento, y además, tuvieron que estar presentes en el momento de la concepción del mundo, para que ninguno se sintiera en desventaja, solo en el planeta y en la terrible oscuridad de las Tinieblas.
Teorías de la obsolescencia
Hemos de decir que nada está escrito en piedra, que hasta las más elementales verdades (o aquello que creíamos era verdad) se desploman, como por ejemplo, la teoría de que al nacer somos una hoja en blanco en la que hay que escribir.
domingo, 10 de agosto de 2008
¿Quién debe más?
La abuela era severa. Llegábamos sudando igual como si nuestros cuerpos hubiesen recibido una tormenta entera. Muy molesta nos reprendía con dureza: "¡Ve, cómo vienen, como si son peroles freídores¡" Más me desagradaba a mí que me llamaran la atención por algo que no merecía; desde entonces dejé el fútbol y me volví más dedicado a otras actividades que no tuvieran nada qué ver con el deporte. Créo que a ella le debo el haberme distanciado de las justas deportivas y de encerrarme más en mí mismo, que luego derivó en los libros y la escritura.
Es una deuda impagable que con ella tengo; pero aún, más insolvente es su deuda para conmigo: sus azotes verbales y físicos me dejaron un recuerdo muy distante de la dulce abuelita.
sábado, 9 de agosto de 2008
Entre senderos abruptos y sol violento
Días, semanas y meses tenía de planificar una salida al campo e igual número de días, semanas y meses que la postergaba, ya sea porque siempre tenía algo que hacer los fines de semana o porque la abulia podía más que el deseo de abandonar la ciudad. Esta vez lo haría (igual que el año pasado) con don Ricardo Ábrego, que había quedado encantadísimo con la atención de la casa familiar en su visita anterior; pero diversas razones no me permitieron andar nuevamente el camino rústico junto al amigo cuyo apellido, según el Diccionario de la Real Academia Española significa "Viento templado y húmedo del sudoeste, que trae las lluvias." No, esta vez tuve la oportunidad de invitar a Eliseo, otro amigo de la "Ciudad de joyas y preseas". Pues bien, partimos a las seis de la mañana; abordamos la ruta 102 que conduce al Puerto de La Libertad y luego, desde ahí, tomamos la ruta 187, que hace el recorrido Puerto de La Libertad - Comalapa y que nos deja a mitad del camino, porque es donde nos quedamos, exactamente en el desvío de Los Planes de Las Delicias. Hay pick up que hacen el recorrido desde el desvío hasta el cantón últimamente señalado, pero nos habíamos propuesto hacer la caminata de un kilómetro y medio para llegar a la casa patronímica, antes de la abuela Petrona
A eso de las ocho y media ya estábamos en la oblonga casa de adobe y repellada de cemento hace más de treinta años. Bien, desayunamos y más tarde, hicimos otra caminta, esta vez hasta el río, que bajo el puente Cangrejera se apropia del sustantivo. Fue aproximadamente unos dos kilómetros de camino entre sol violento, sombra generosa de almendros de río y senderos abruptos que a ratos se volvían rudos y fatigosos para nuestros pies. Estaba ahí, anchuroso, pleno y con un vigor, como quién ha recibido el poder desde lo alto en gotas de lluvia. Regresamos a la casa a la hora del almuerzo. Sopa de gallina india y gallina asada nos esperaban. Luego de semejante almuerzo descansamos a la sombra del mamonero. Entre plática y plática el tiempo pasó y no creímos que fuera tan tarde: la cuatro y treinta y nueve de la tarde. Sólo nos tomamos un café y desandamos el camino andado. Nuevante el mismo trayecto, a la inversa. Llegamos al Puerto de La Libertad aproximadamente a las siete de la noche y el último bus con destino a San Salvador iba repleto de gente y hasta de bandera (colgados) iban. Nos quedamos con la intención de que (por aquello de las casualidades) otro bus pasaría; pero no fue así.
De todos los que nos quedamos, uno le pedía a los automovistas un aventón. Siempre hay un buen samaritano, y el motorista (dueño o no de un pick up) nos hizo el favor de traernos a todos. Gracias a ese personaje anónimo pudimos llegar sanos y salvos al lugar de origen.
Eliseo estaba feliz del viaje a la campiña, de la caminata "jungla adentro" que hicimos y yo, agradecido porque me había acompañado a la casa familiar.
Para Eliseo Ayala
jueves, 7 de agosto de 2008
El sobrino pródigo
Regreso del hijo pródigo, Bartolomé Estéban Murillo (1617 - 1682)
(Viernes de Lázaro: 23 de marzo de 2007)
Venía entonces del pueblo un caminito
entre la viña, entre los olivares; bajaba y subía
por los barrancos, se perdía en una revuelta y,
de pronto, otra vez la alegría tan buena del camino.
Gabriel Miró, Años y leguas.
VOLVÍ mis pasos a la casa del tío Isabel, antes de mi abuela Petrona. El camino empedrado, lleno de polvo. Cualquier vehículo maleducado le deja a uno cara de payaso. Abordando un pick up pude abreviar la distancia, pero opté por estirar las piernas: quería observar detenidamente el paisaje rústico que la Naturaleza me ofrecía y succionar con mis fosas nasales ese aire cien por ciento puro, que sólo en el campo transita y que generoso se ofrece al transeúnte. La nostalgia, como un tumbo me revuelca los sesos y recuerdo con más odio que alegría los sinsabores y amores pasados.
El tigüilote de ramaje triste y fruto blanquecino que simula fruto de la vid. El camposanto a mi flanco izquierdo, cuya existencia era inconcebible por aquellos años, pero que generosamente supo dar albergue perpetuo a mi ex compañero de escuela, Mariano, víctima del terremoto del diez de octubre y de los malditos escombros del Rubén Darío. La clínica a mi flanco derecho no sé si dará consultas como antes, sólo un día a la semana. Pronto me encuentro con un tramo pavimentado, mísero diría yo, para los tres kilómetros de calle desnuda y polvorienta que continúan y parecen no tener fin; me sorprende ver unos quinientos metros más adelante una valla anunciando el proyecto: “Empedrado y concreteado de calle Los Copinoles, cantón Los Ilustres”, cuyo costo es superior a los doce mil dólares. Y la muletilla: Tus impuestos invertidos en buenas obras. Y la interrogante cae de sopetón: ¿Quién con su propio dinero va a invertir en malas obras? O dicho de otra manera: ¿Quién con dinero ajeno invertirá en buenas obras? Realmente da pena y pienso que esos fondos sólo sirvieron para engordar los bolsillos del funcionario de turno.
Mis huellas siguen mi marcha. Observo cómo la vieja ceiba, más vieja aún, espera mis pasos; veo hacia abajo y sobre el camino payaso de estos días de canícula, me miran (y se miran) con ojos domésticos un gallo y un perro, como preguntándose por la identidad del transeúnte. En mi andar, el vecino más próximo es un conacaste centenario de raíces enormes que parecen lagartos asoleándose. Un cerco de púas divide esta parcela con la de don Ezequiel, un hombre alto y chele, cuya arma más poderosa no es el voto sino una hoja larga y delgada parienta de la espada samurai.
A un lado y a otro del camino encuentro iglesias de distintas denominaciones en franca competencia por ganarse ovejas descarriadas (o descarriladas); a la ermita de Nuestra Señora de Fátima ya la sacaron del camino, y por lo que percibo compite con pocas almas.
Me aproximo a la casa de la niña Reyes y de don Gerardo: ambos eran dueños de varios miles de colones, una tienda, tierras, ganado vacuno y de un hijo bastante zonzo con cara y nombre de apóstol: Felipe. La niña Reyes, don Gerardo y Porfirio (otro de los conocidos), eran los Rockefeller de Los Ilustres. De la mamá y del papá de Felipe me cuentan que se fueron de viaje para el cementerio, y del hijo que, habiéndose integrado a la Guardia Nacional, un día sacó a punta de pistola a varios ladrones que intentaron robar la tiendita. Para proteger ese triunvirato de sociedad que se llama “tienda” colocó material explosivo en los contornos de la vivienda, pero en el manipuleo uno de ellos le salpicó el cuerpo de esquirlas, y muy molesto porque la granada explotó en un momento inoportuno, agarró sus maletas y fue él el que primero se marchó a la ciudad de los calvos. De Porfirio nada pregunté.
Seguí avanzando, y esta vez encontré a mi derecha la casa de Isabel, una chica de la cual me enamoré perdidamente y hasta le escribí diciéndole que era mi consuelo y mi refugio, que sin ella no podía vivir; pero como al reo que de nada le sirve su propia confesión quedé condenado a la soledad, porque su novio se llamaba Fernando, un tipo feo, bigotudo, con cabello de puerco espín, mayor que mis catorce años de vida y con un grado académico de igual tenor. Esto me lo contestó con una caligrafía que pareciera haberla escrito con los pies.
Otro avance, otro rótulo. Proyecto: “Reconstrucción de tramo calle cantones Los Ilustres y Planes de Las Delicias”. ¡Qué barbaridad! La misma chambonada, pero esta vez el doble de pavimentación y el treinta y ocho punto setenta y uno de incremento porcentual en el monto respecto al primer proyecto. Esta vez la muletilla es más sugestiva: Manos a la obra por nuestra comunidad. Pero alguien con dos dedos de frente puede reflexionar que a esa “gran” obra le quedó chiquito el milagro.
Más adelante y lindando con el terreno patronímico la casa de los Baires, antes habitada por la Consuelo, la niña Fina, Jorge, la Nuria, Ovidio, Wil y el chele Villo. Hoy la casa ya no es una fiesta: unos se fueron para San Salvador, otros para el país del “Gran Hermano”; otros se quedaron, como el chele Villo, único morador de la casa solariega y la niña Fina que se arraigó al sepulcro.
Subo la cortísima pendiente de la casa familiar. Me reciben miradas distintas, de perros distintos que ni aún conociendo el alfabeto me ayuda a descifrar el nombre que cada uno lleva en su ánima. La geografía es distinta, los árboles que decoran el paisaje campestre, también. El mamonero de tupido follaje prodiga frondosa sombra en estos días de intenso calor. Los tamarindos que pequeños dejé, ahora son adultos y de sus ramas cuelgan con abundancia el ácido fruto que apetitosamente requieren en su mesa las amas de casa; el jocotal desnudo de hojas y los anonáceos ya no existen.
En lugar de una sola edificación encuentro tres. Saludo primero a la niña Tancho y a otras personas que en el patio están; sigo hacia el corredor e idéntico gesto me acompaña. Echo una mirada al cuarto principal, y de reojo veo que mi tío aún no se levanta: una sábana blanca lo envuelve de pies a cabeza. Pregunto por mis otras primas y me señalan el patio, exactamente hacia el lado contrario de la niña Tancho. Aparecen a mi vista, Elsa, la mayor del clan Rivera-Navarro, muy avejentada por cierto, para la edad que calza; Mayra tiene exceso alimenticio en su rostro y Tita, de disminuida estatura, está pareja de gordura.
El tema del día es uno, pero de éste se derivan otros. Conversamos también de asuntos baladíes, pero luego, sin querer, caemos en la plática que dio pie a la interactuación del verbo.
-- ¿Ya lo viste? – me preguntó Elsa.
-- No -- le respondí.
Y ambos nos levantamos de sendos troncos de conacaste que de silla utilizábamos. Cada uno orientó sus pasos hacia el corredor y luego al cuarto principal. Elsa le descubrió el rostro hasta la altura del pecho: estaba sereno, muerto, como haciéndose el dormido.
...Y sobre mi hombro lloró amargamente.
Antiguo Cuzcatlán, abril 6 de 2007
(Viernes Santo, 1: 27 a.m.)
martes, 5 de agosto de 2008
Mantener viva la llama del amor
Se debe ser demasiado pesimista para ensombrecer la luz del día y además, herirla. De paso, apagar la luz de nuestros vecinos, que con buen esfuerzo la mantienen viva. Por otro lado, sea o no malvada la intención siempre nos convierte en emperadores de Satán.
Hay que mantener (es necesario) viva la llama del amor, que en este mundo hace falta.
Ofrenda*
Piel ardida en aguas turbulentas;
camino de apóstol
andado con tanta entereza;
ofrenda lírica
al final de la cuesta.
San Salvador, enero 18 de 1994
camino de apóstol
andado con tanta entereza;
ofrenda lírica
al final de la cuesta.
San Salvador, enero 18 de 1994
*Para María Teresa
El coronel sí tiene quien le escriba*
Sentado en el malecón de la isla Los Olvidos, el coronel esperaba la embarcación que consigo traería el servicio postal. Precedía a su dilatada espera, la visita a la Oficina de Correos para enterarse de si la pensión ya había tocado tierra firme.
Su esposa, doña Leonor de los Remedios murió de sida en una batalla tan desigual, que pocas oportunidades de ganarle a la muerte le dejó a su vida.
En la lejanía marítima estaba a la vista un diminuto punto negro. “Ahí viene mi pensión”, decía. Pero no, era un buque que de paso iba. Todos los días era la misma rutina: no se cansaba de esperar la tan ansiada pensión, o al menos esa impresión daba al verlo sentado en la dura superficie. Arrancó un pedazo de hierba retorcida, que de la caliente arena salía con vencedora impetuosidad. La mordió y estaba amarga y picante como su propia furia:
- ¡Mierda! ¡Aquí me voy a estar pues, esperando la maldita pensión que no llega! Son pendejadas, yo me voy y que llegue a la Oficina de Correos cuando le venga en gana.
Esto lo decía cuando ya el sol era un globo hundido en el mar. Se calzó las botas, se las amarró y desandó el camino que de regreso pasaba por la tienda de don Güicho, a comprar ungüento que él mismo don Güicho fabricaba.
- Cada vez, don Güicho, como que le mete más agua o alcohol que alcanfor a este ungüento.
- Puros cuentos suyos, coronel, si la misma fórmula que utilizó mi
bisabuelo estoy usando.
- Sí, la misma fórmula, pero adulterada.
- Como su mujer, verdad – dijo con sorna don Damián, que en ese instante pagaba un paquete de puros.
- A ella ni me la mencione, que el recuerdo mata un poquito de mi vida.
- Sí, claro, perdone, que la herida aunque vieja, sigue abierta.
- No soporto el peso del engaño, peor si se trata de un siete mares.
- Ella no lo engañó, coronel – salió en defensa de la difunta, don Güicho --, recuerde que cuando eso pasó, ustedes ya no tenían nada qué ver y si vivían juntos era por pura conveniencia religiosa, para que la gente y el cura siguieran pensando que eran un matrimonio perfecto. En cambio usted sí le puso los cuernos con muchas damiselas, y ella ni siquiera renegaba; pero se cansó de sus burlas y engaños: fue entonces cuando se metió con aquel marinero procedente del Reina Victoria II.
-Ya, ya, ya, no me sermonee más y dígame cuánto cuesta el tarrito de ungüento, don Güicho.
- Usted ya sabe, y me lo paga cuando le venga la pensión.
- Pues sí, pero es que uno de hombre tiene que mostrar su casta, su virilidad y su fineza de palabra para que las diosas del amor no piensen que uno es poco hombre.
Sacó del pantalón una moneda de cincuenta centavos, la puso en el mostrador, dio media vuelta y dijo:
- Abónelos a mi cuenta, no vaya a ser que mañana me muera debiéndole, don Güicho.
- Dios lo oiga y no sea rencoroso, coronel, que las verdades se dicen de frente para que no escupa el sapo.
Siguió su camino empedrado de penas y ni las luces del vecindario fueron capaces de alumbrar sus más oscuros pensamientos.
II
Le pegó el último chupete al puro y lo arrojó con violencia en una esquina del jardín. Balanceándose en la hamaca, pensaba en la pensión que nunca llegaba; en la batalla sangrienta que lo dejó cojo y que gracias a Dios casi pierde un ojo; en la vida disoluta que había llevado desde adolescente; en su madre; en su mujer adicta a la fidelidad, pero que de tantas voces y verdades el cántaro al fin se quebró. Se durmió y luego despertó sobresaltado. En la pesadilla su difunta esposa llegaba a traerlo para saldar cuentas: lo tomaba del pelo y lo arrastraba hacia el cementerio, echándolo en el foso que él mismo había cavado en cumplimiento de la sentencia por ella impuesta. Dos demonios viejísimos idénticos a él, paleaban la tierra en su desvalida humanidad; el peso de la tierra, sumada a la falta de oxígeno le provocaban asfixia.
- Coronel, coronel, despierte.
Era el empleado de correo que traía correspondencia.
- ¡Achís, al fin se acordaron de mí!
- Firme aquí, coronel.
Garabateó la firma en el papel y por poco olvida los colochos, las rayas y las eses que parecían cincos en un buque perfectamente contrahecho.
- Gracias.
- De nada, y ya no sueñe más pesadillas. Adiós.
Abrió el sobre, sacó la cuartilla, la desdobló y procedió a la lectura, obviando la fecha:
Muy estimadísimo coronel:
Me es grato saludarle y comunicarle que su pensión ha sido autorizada en sesión efectuada el treinta de agosto. La honorable asamblea legislativa aprobó un decreto que fue publicado en el diario oficial de fecha cinco de agosto y entró en vigencia ocho días después.
Como usted sabe, la burocracia atrasa y entorpece trámites de suma importancia. El decreto en mención fue recibido en esta oficina el uno de septiembre. Le escribo sobre el decreto, pero no le explico su contenido. Cito: “Todo aquél o aquella persona que habiendo tenido relaciones genitales con otra, la cual esté infectada con el virus del sida, o que en su cuerpo hospede al virus, no tiene derecho a pensión alguna, sea que esté autorizada o no. Para las pensiones autorizadas se ordena desautorizarlas, y aquél funcionario que no tome este decreto como suyo, o haya enviado la respectiva pensión, le será descontado de su sueldo el o los envíos que en ese concepto haya remitido, o en casos graves, se procederá al despido del funcionario sin goce de indemnización. No bastará que el solicitante de la pensión escriba en la solicitud que no tiene la peste del siglo, como le hemos dado en llamar, sino que además tiene que presentar los exámenes médicos que el formato señale”.
Lamentamos mucho no poder servirle.
Atentamente,
Su esposa, doña Leonor de los Remedios murió de sida en una batalla tan desigual, que pocas oportunidades de ganarle a la muerte le dejó a su vida.
En la lejanía marítima estaba a la vista un diminuto punto negro. “Ahí viene mi pensión”, decía. Pero no, era un buque que de paso iba. Todos los días era la misma rutina: no se cansaba de esperar la tan ansiada pensión, o al menos esa impresión daba al verlo sentado en la dura superficie. Arrancó un pedazo de hierba retorcida, que de la caliente arena salía con vencedora impetuosidad. La mordió y estaba amarga y picante como su propia furia:
- ¡Mierda! ¡Aquí me voy a estar pues, esperando la maldita pensión que no llega! Son pendejadas, yo me voy y que llegue a la Oficina de Correos cuando le venga en gana.
Esto lo decía cuando ya el sol era un globo hundido en el mar. Se calzó las botas, se las amarró y desandó el camino que de regreso pasaba por la tienda de don Güicho, a comprar ungüento que él mismo don Güicho fabricaba.
- Cada vez, don Güicho, como que le mete más agua o alcohol que alcanfor a este ungüento.
- Puros cuentos suyos, coronel, si la misma fórmula que utilizó mi
bisabuelo estoy usando.
- Sí, la misma fórmula, pero adulterada.
- Como su mujer, verdad – dijo con sorna don Damián, que en ese instante pagaba un paquete de puros.
- A ella ni me la mencione, que el recuerdo mata un poquito de mi vida.
- Sí, claro, perdone, que la herida aunque vieja, sigue abierta.
- No soporto el peso del engaño, peor si se trata de un siete mares.
- Ella no lo engañó, coronel – salió en defensa de la difunta, don Güicho --, recuerde que cuando eso pasó, ustedes ya no tenían nada qué ver y si vivían juntos era por pura conveniencia religiosa, para que la gente y el cura siguieran pensando que eran un matrimonio perfecto. En cambio usted sí le puso los cuernos con muchas damiselas, y ella ni siquiera renegaba; pero se cansó de sus burlas y engaños: fue entonces cuando se metió con aquel marinero procedente del Reina Victoria II.
-Ya, ya, ya, no me sermonee más y dígame cuánto cuesta el tarrito de ungüento, don Güicho.
- Usted ya sabe, y me lo paga cuando le venga la pensión.
- Pues sí, pero es que uno de hombre tiene que mostrar su casta, su virilidad y su fineza de palabra para que las diosas del amor no piensen que uno es poco hombre.
Sacó del pantalón una moneda de cincuenta centavos, la puso en el mostrador, dio media vuelta y dijo:
- Abónelos a mi cuenta, no vaya a ser que mañana me muera debiéndole, don Güicho.
- Dios lo oiga y no sea rencoroso, coronel, que las verdades se dicen de frente para que no escupa el sapo.
Siguió su camino empedrado de penas y ni las luces del vecindario fueron capaces de alumbrar sus más oscuros pensamientos.
II
Le pegó el último chupete al puro y lo arrojó con violencia en una esquina del jardín. Balanceándose en la hamaca, pensaba en la pensión que nunca llegaba; en la batalla sangrienta que lo dejó cojo y que gracias a Dios casi pierde un ojo; en la vida disoluta que había llevado desde adolescente; en su madre; en su mujer adicta a la fidelidad, pero que de tantas voces y verdades el cántaro al fin se quebró. Se durmió y luego despertó sobresaltado. En la pesadilla su difunta esposa llegaba a traerlo para saldar cuentas: lo tomaba del pelo y lo arrastraba hacia el cementerio, echándolo en el foso que él mismo había cavado en cumplimiento de la sentencia por ella impuesta. Dos demonios viejísimos idénticos a él, paleaban la tierra en su desvalida humanidad; el peso de la tierra, sumada a la falta de oxígeno le provocaban asfixia.
- Coronel, coronel, despierte.
Era el empleado de correo que traía correspondencia.
- ¡Achís, al fin se acordaron de mí!
- Firme aquí, coronel.
Garabateó la firma en el papel y por poco olvida los colochos, las rayas y las eses que parecían cincos en un buque perfectamente contrahecho.
- Gracias.
- De nada, y ya no sueñe más pesadillas. Adiós.
Abrió el sobre, sacó la cuartilla, la desdobló y procedió a la lectura, obviando la fecha:
Muy estimadísimo coronel:
Me es grato saludarle y comunicarle que su pensión ha sido autorizada en sesión efectuada el treinta de agosto. La honorable asamblea legislativa aprobó un decreto que fue publicado en el diario oficial de fecha cinco de agosto y entró en vigencia ocho días después.
Como usted sabe, la burocracia atrasa y entorpece trámites de suma importancia. El decreto en mención fue recibido en esta oficina el uno de septiembre. Le escribo sobre el decreto, pero no le explico su contenido. Cito: “Todo aquél o aquella persona que habiendo tenido relaciones genitales con otra, la cual esté infectada con el virus del sida, o que en su cuerpo hospede al virus, no tiene derecho a pensión alguna, sea que esté autorizada o no. Para las pensiones autorizadas se ordena desautorizarlas, y aquél funcionario que no tome este decreto como suyo, o haya enviado la respectiva pensión, le será descontado de su sueldo el o los envíos que en ese concepto haya remitido, o en casos graves, se procederá al despido del funcionario sin goce de indemnización. No bastará que el solicitante de la pensión escriba en la solicitud que no tiene la peste del siglo, como le hemos dado en llamar, sino que además tiene que presentar los exámenes médicos que el formato señale”.
Lamentamos mucho no poder servirle.
Atentamente,
Alberto Rojas
Presidente de Pensiones Militares
Presidente de Pensiones Militares
*De Epistolas del amor (ad)yacente, premio único XIV Juegos Florales Ahuachapanecos, 2007
domingo, 3 de agosto de 2008
Cosas (y situaciones) veredes, mi querido amigo
El deprimirse y la desesperación son malas consejeras. ¿Hasta dónde llevan al sujeto así afectado? A quitarse el hálito de vida que posee.
Conozco un caso que, el hombre sintiéndose afectado porque la mujer le ponía los cuernos decidió quitarse la vida con un revólver. Quizá la afrenta no hubiera sido de mayúsculas proporciones, o el deshonrado habría decidido en común acuerdo con la pecadora, que ella viviera una doble vida marital; pero es que dicha situación era del dominio de la vox pópuli, y eso dolía más que cualquier espina en el corazón. Fue tanta su congoja que, una día durante la cena subió a la segunda planta con cualquier pretexto sólo para asestarse un tiro en la cabeza. Y fue así que terminó la vida de Carlos Cardoza.
La otra vida siguió y sigue con el amante por el cual el propio marido se quitó el vida.
sábado, 2 de agosto de 2008
¿Falta de sentido común?
Salgo del supermercado con el cagamento de vituallas, artículos de limpieza para el hogar, productos para el aseo personal, compresas higiénicas, alguno que otro bombillo, cerillas, pasta dentífrica, etc. De ambas manos cuelgan bolsas biodegradables que soportan el peso de la mercadería, algunas veces (casi siempre, me corrijo) mal ordenada y sólo tirada en las bolsas plásticas por el empleado de turno. Esquivo con habilidad a la gente (escribamos Ernesto, para decir un nombre y su pacotilla de ilustrados: el ingeniero, el doctor, el arquitecto, el contador,...) que, como es común, camina como si en el mundo sólo existiera él, sus amigos y parentela y no le importara a quién o a quiénes tuviera enfrentre; es más, ni siquiera se percata del obstáculo humano (según su mega orgullo de "homo sapien" discapacitado de lo elemental: el pensamiento) con el que de seguro colisionará si es que no estoy atento a la torpeza de los susodichos.
Bien, esquivo y las bolsas la hacen de trapecistas de circo. Justo para salir del supermecado, piso el espacio libre para estacionar vehículos, y el conductor, aun viéndome decide avanzar sobre el espacio vacío que por derecho, ya he ganado. Cambio de estategia y apartándome (para mi libre tránsito), hacia el pasillo dejado entre otro automotor y el que en su momento me obstruyó el paso, y ya sea el conductor o copiloto abren la puerta (porque él necesita salir y no conoce o conociéndolas, ignora las elementales reglas de la cortesía) obstruyéndome nuevamente el paso.
Bien, esquivo y las bolsas la hacen de trapecistas de circo. Justo para salir del supermecado, piso el espacio libre para estacionar vehículos, y el conductor, aun viéndome decide avanzar sobre el espacio vacío que por derecho, ya he ganado. Cambio de estategia y apartándome (para mi libre tránsito), hacia el pasillo dejado entre otro automotor y el que en su momento me obstruyó el paso, y ya sea el conductor o copiloto abren la puerta (porque él necesita salir y no conoce o conociéndolas, ignora las elementales reglas de la cortesía) obstruyéndome nuevamente el paso.
Descortesía, mala educación, orgullo, falta de sentido común. ¿Hasta qué punto de deshumanización hemos llegado y hasta dónde llegaremos con tanta pérdida de valores?
viernes, 1 de agosto de 2008
Celebración anticipada
Sabiendo que el día de mi santo está comprendido entre el período de vacación, la gente de la oficina, para agasajarme, decidió hacer una colecta y con ella comprar repostería para compartirla con todos a manera de pastel de cumpleaños. El departamento jurídico me mostró otro bonito detalle, y como para el mes de agosto la lista de cumpleañeros es bastante obesa, convocaron a varios de ellos (incluido yo), porque ya tenían planificado festejarnos el día con un almuerzo. Almuerzo que ellos mismos prepararon: carne asada, arroz, chorizo, ensalada,... Deleite de los dioses, diría yo, con semejante banquete, preparado por los compañeros abogados y las compañeras abogadas. Gesto que agradecí profundamente con todo mi corazón,.. es algo que no esperaba y que no termino de agradecer.
Las esperadas (y merecidas) vacaciones
La Semana Santa nos tomó por asalto y cayó en el primer trimestre del año. Tuvimos unas vacaciones demasiado tempranas, pero mucho tiempo esperamos para las del mes de agosto. Y la verdad es que sí, el cuerpo se resiente del ajetreo laboral, y sería un Pinocho si dijera que no las esparaba con ansias. Hoy por fin, viernes uno, último día de trabajo y del desfile del correo, que es el inicio oficial de las fiestas patronales de San Salvador. Sólo me queda esperar el día de mi natalicio y el seis, que es la Transfiguración de El Salvador del Mundo, patrono de El Salvador, para luego el siete, regresar con renovadas energías.
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