viernes, 3 de julio de 2009

Epístola sexta

Letter. Fotografía: Manu Ruizarte


Donde Ana P. G. responde a una pregunta clave y da cuenta de las malévolas intenciones que, en el fondo tenía su llamada telefónica.

J. O.:
Con tu cuestionamiento pretendes disipar toda niebla de dudas que, como terrible ceguera han soportado tus ojos del entendimiento. Con base en esta justificación me arrojas una interrogante clave, cuya respuesta, creo, te la proporcionaron los acontecimientos ulteriores al no tan feliz término de nuestra relación.
Bueno, como tú sabes, mi óvulo no le negó posada al espermatozoide del “otro personaje”, situación por la cual, en un abrir y cerrar de ojos quedé fecundada. El hecho no era bomba de relojería si la bendición nupcial hubiese sido la mediadora; pero mi relación marital se destacaba por no descansar en el tiempo y en el espacio adecuados, y peor aún, mis padres no sabían del engaño que había perpetrado en tu contra.
Para alcanzar mi objetivo, en la mente había urdido un plan que, de no haber fallado, éste habría sido endiabladamente perfecto. En el centro de esta treta estabas tú. El plan era sencillo, pero a la vez, el más sórdido y malvado que he concebido. Paso a la exégesis del asunto. Como paso inicial mi intención era que nos reconciliáramos para que, entre mis padres y yo, no continuara la nota discordante que había alterado nuestra armonía. El paso medio consistía en que, con los artilugios aprendidos en la cama te haría dar un gran desliz, hasta verte caer en tentación y mordiendo la manzana de Eva, gozaras de tu disparo seminal y yo de mi triunfo a costillas de tu caída. El paso último puede colegirse de los dos anteriores, que mi íntegro propósito era otorgarte la paternidad con una criatura, cuyos lazos sanguíneos denunciaban a otro autor genético. Así de fácil, así de estólido, así de irónico y así de maquiavélico era el plan fallido como consecuencia de tu empecinada negativa.
Con el correr del tiempo me di cuenta que tu decisión fue acertadísima y sabia. Ahora pienso que, si mis aspiraciones hubieran alcanzado el objetivo, mi conciencia cargaría una cruz más grande de lo que es mi aliento, y creo que jamás me habría liberado de su aplastante peso. Gracias te doy por haber sido severa conmigo, echando en tierra mi vasta podredumbre que te conduciría a ser títere de mi perpetuo engaño.
He sido sincera contigo. Quien aun te ama con el corazón,



Ana P. G.

El Carao, Intipucá, febrero 03 de 2000

1 comentario:

Exposición. dijo...

Soy Manu Ruizarte, me ha gustado er mi fotografia junto a ese maravilloso texto.
gracias.