jueves, 9 de julio de 2009

El matemático - poeta

Inspiración japonesa.
Fotografía: Albert Ruiz


Uno en la vida conoce a personas que nunca termina de conocer ( mi consorte es una de ellas, por ejemplo). Es más, hasta la boca se nos queda chiquita con un ¡guao! de asombro y de admiración. Esto me ocurrió hace pocos días, el martes treinta de junio apenas. Al profesor Rafael Antonio Gallardo lo vengo observando desde hace nueve años atrás, y su conducta y rectitud han hablado por él como una persona sin tacha y sin soberbia, que me atrevería a "meter las manos al fuego" por él, porque sé que de esa hoguera saldría sin llagas.
El profe Gallardo, como es conocido, ejerce la docencia en las especialidades de Matemática y de Educación en la fe (que para eso estudió Teología). No es común que de entre todos los seres que constituimos lo que llamamos Humanidad y que dedicándose a la ciencia de los números, resulte un matemático - poeta. (Y aquí, en este punto, hago una pausa para pensar) . Bueno, sí, la Humanidad ya parió a un científico - escritor. Hablo de Ernesto Sábato, quien en 1945 abandonó la física para dedicarse a la literatura (y vaya que salió bien librado: El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abaddón el exterminador, sólo para mencionar algunos ejemplos.)
Pues bien, lo que quiero decir es que el profesor Gallardo, de entre sus textos escritos, tuvo la amabilidad, primero, de declamármelo de memoria y luego, regalármelo por escrito. Esto es la muestra de lo que es su estro poético. Deléitese y coméntelo entre sus amigos y parientes.


Ataúd


La ciudad siendo la misma
como el aire que por ella vaga…
El día en que dos cuerpos enterraban
dos familias distintas lloraban.

Un ataúd eran de oro sus adornos
como el cuerpo que dentro iba…
La gente lloraba lágrimas de alegría
y sus pensamientos coincidían,
pues inmensa fortuna dejaba.

El otro era tosco y sin pintar,
con adornos de papel celofán.
Descansaba el sueño eterno
el padre, el sustento y el pan…
Los hijos lloraban incansables al ver que se iba,
pues él era el pan y la vida.
Aquél golpe era sin freno…

Un ataúd eran de oro sus adornos.
Caravana inmensa de vehículos acompañaba…
Todo brillaba, pues era Don que ahí bajaba.
La calle era despojada de intrusos.

El otro era tosco y sin pintar,
con adornos de papel celofán.
Cargado en la nuca por sus hijos tristes
que llevaban a su padre a enterrar…
Todo era oscurecido, aflicción y palidez.
La madre, unos amigos y el compadre acompañaban…
Un vacío, una herida que nunca iba a sanar
era lo único que quedaba después de llorar…

La ciudad siendo la misma
como el aire que por ella vaga…
El día en que dos cuerpos enterraban
dos familias distintas lloraban…


(29 de noviembre de 1976)

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