miércoles, 8 de julio de 2009

Epístola octava

Modelo para una carta de amor.
Fotografía: Enrique Viola


Donde J. O. da cuenta de su situación un tanto gris, y trunca de un solo tajo, la relación epistolar que con Ana P. G. mantenía.


Ana P. G.:


Con el diálogo escrito hemos pasado más de dos meses. Nunca me imaginé que la relación epistolar llegara a límites insospechados de franqueza y de confidencialidad... Vale decir, de intimidad.
Quizás convenga, por el momento, truncar esta ansiedad de escribirnos, porque mi situación se volvió un tanto gris. Deja que mis palabras se denuden ante tu presencia ausente.
Deposité, como de costumbre, en mi saco, las últimas dos cartas que recibí. “Provisionalmente”, me dije. Pasados unos tres días (el diez de febrero para ser exacto), introduje mi mano en la bolsa interior y para mi sorpresa, llegó hasta el fondo sin que mis dedos tropezaran con los sobrecitos oblongos. “Bueno – me dije --, tal vez las olvidé entre las páginas de El primo Basilio, pero para no levantar sospechas continuaré actuando como si nada”.
Días atrás había notado a mi consorte con la cara agria. Me servía la mesa desganadamente. Si conversábamos, siempre me respondía cortante. Cuando salíamos de paseo las indirectas (directas diría yo) eran frecuentes.
El sábado doce cuando me servía el desayuno, quizá su pecho ya no soportó más el peso de los celos y recitó de memoria los siguientes textos: “Quien aun te ama con el corazón, Ana P. G.” “Por siempre tuya aunque sea en mi cabeza, atentamente, Ana P. G.”
Me quedé con el bocado suspendido en el cubierto, algo atontado y con el apetito huyendo de mi organismo.
La citas textuales fueron la respuesta a las sospechosas interrogantes que me hice, momentos después al no encontrar las epístolas en el libro de Eca de Queiroz: “¿Habrá encontrado mi cónyuge las cartas enviadas por Ana P. G.? ¿Les habrá dado lectura? De cumplirse mi premonición, ¿no estaré en gruesos aprietos?
-- Las has leído – le dije en un hilo de voz que pretendía ser inaudible.
-- Sí – me respondió en un tono inusual --. ¿Y por qué no me dijiste que le escribías a tu ex novia?
-- Porque sabía que el reproche estaría de tu parte. Decidí ocultártelo a la luz de que , entre ella y yo no había reconciliación sino motivos por los cuales me abandonó. Con la escritura de mis cartas no adquiría compromiso de retorno, sólo me atrevía a confesarle los sentimientos que un día fueron presidiarios en la mazmorra de mi pecho.
-- Sí, pero tu ex novia, en la despedida de esas dos cartas te está seduciendo. Dicha situación, como esposa no estoy dispuesta ni obligada a soportarlas. ¡Anda, ve cortando pronto esa relación que ya mucho afecta mi ánimo! De no hacerlo tú, te aseguro que tengo el arrojo suficiente para escribirle a una desconocida y darle su merecido, aunque sea epistolarmente.
-- Lo haré gustosamente por el respeto que te guardo. Considero no haberte fallado en nada; si consideras que con esto he cometido falta grave, perdóname.
-- Con seguridad mi indulto ya besó tu falta. Sólo te pido más coordinación en nuestro accionar.
Con estas palabras el coloquio llegó al colofón. Me levanté un poco. Moví la silla hacia atrás. Me incorporé. Nos abrazamos, pero el apetito ya no volvió a tocarme durante la mañana. Incluso, al terminar el mediodía no ingerí ningún alimento; sólo por la tarde, creo, tuve una cena frugal.
Ya te narré mi situación al borde de una discusión violenta. Por favor, te pido que tu brazo no se apoye más sobre una hoja de papel en blanco.
Con afecto,


J. O.


Antiguo Cuzcatlán, febrero 14 de 2000

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