miércoles, 1 de julio de 2009

Epístola quinta

Todas as cartas de amor sao ridículas.
Fotografía: Carlos Rouen Menard

Donde el pasmo fue la mejor bofetada, el cuestionamiento acerca de la llamada telefónica y la respuesta a una posdata.



Ana P. G.:
¡Quia! El pasmo fue la mejor bofetada que recibí al leer tu carta. No podía creerlo, y sin embargo, tu grafía era tan clara que lanzó mi incertidumbre al reino del olvido. La estupefacción demudó mi rostro, te lo aseguro.
Has respondido a cabalidad mi inquietud, gesto tuyo que agradezco profundamente. Aún tengo otra interrogante, la cual corroe mi cerebro y mantiene en vilo mi razón. En el pretérito, cuando la tijera de tu boca demostró que el filo era efectivo cortando mis alas, un mes después llamaste por teléfono con la intención de reconciliarnos, pero te respondí que el cincuenta por ciento de lo nuestro ya era un cadáver. ¿Tu petición de reconciliarnos era sincera o había alguna otra razón que motivó tu llamada? La franqueza es tu mejor defensa; contéstame.
Respecto a tu posdata me atrevo a decirte que, como mi nombre carece de ataduras partidistas (y mi mente tampoco la necesita) puedo ofrecerte una opinión imparcial, sobria e independiente acerca de los candidatos mayoritarios a la alcaldía capitalina, Cardenal y Silva. Voy al quid del asunto.
Aún con todo el halo de prestigio en que está envuelto Luis Cardenal, le será más que imposible ganar la contienda electoral por dos razones. Primero, porque es una figura nueva en el escrutinio político y segundo, porque su estrategia de sumar votos no se adecua a los tiempos de la sana tolerancia; es decir, se puede soportar toda la campaña propagandística que nos colma de hastío; pero el acabóse toca límites de intolerancia cuando el ciudadano que navega en las turbulentas aguas políticas (y máxime si se postula para un cargo público) manifiesta que: “Vamos a ganar, desacreditando al actual alcalde”. Todo ciudadano (sin importar la banderita que lo identifique) debe exponer su plataforma de trabajo con responsabilidad y con mucha, muchísima ética hacia su rival.
En cuanto a Silva lo considero un magnífico edil, pues en tres años de mandato en la alcaldía capitalina, su contribución al municipio de San Salvadora ha ido evidente: construcción del relleno sanitario, resucitación de las plazas públicas (limpias, exornadas y sin vendedores ambulantes). Éstas, creo, son las obras más significativas que nadie, ningún alcalde se había atrevido a realizar.
“Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, dijo Jesús, el Cristo, mucho antes de ser crucificado. Sabias palabras del Maestro, diría yo, reflexionando ahora.
Que conste, no soy simpatizante de ningún partido; además, no voto en San Salvador, y mi voto, este doce de marzo, lo anularé, porque no me convencen las propuestas políticas y a los políticos de mi ciudad les abunda la carencia de vocación.
Sinceramente,
J. O.



Antiguo Cuzcatlán, enero 25 de 2000

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