Fotografía: Elton Melo
La abuela por el costado paterno literalmente se hizo polvo hace unos doce años atrás. Le recuerdo el ceño severo y la palabra dura. El color de su piel era moreno: ni claro ni oscuro. Sus órdenes las dictaba con energía y ¡ay! de aquél que osara contradecirla, porque era el chilillo quien le hablaba y ya no su palabra dictatorial. No siempre era así. Perdón, me corrijo: No siempre con todos los de la casa era así. Con mis primos y tío su voz era suave y condescendiente; primero les preguntaba si querían hacer tal o cual faena y ellos, lógicamente le respondían que no. "Que vayan los cipotes de mi tío Miguel," contestaban a su solicitud de pedirles permiso en lugar de ordenarles con dureza a hacer tal o cual labor.
Así era ella. Aquéllos se aprovechaban de su blandenguería y nosostros éramos las liebres perseguidas (sin descanso) por el lebrel en la inhóspita casa rural.
1 comentario:
Los favoritismos...aprendemos desde la infancia que es imposible querer de igual forma a todo el mundo, porque no todo el mundo nos quiere de igual forma...
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