Yo fui de los que estuvo entre el pueblo y uno de los que gritó: ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! Apliqué azotes e incrusté en aquella santa cabeza una corona de espinas, hasta verle correr lágrimas de sangre sobre su unmaculado rostro. Le di de bofetadas hasta quedar exhausto y luego le hice reverencias, más bien sarcásticas y no brotadas de mi entendimiento. En seguida martillé los clavos que horadaron sus pies y manos y le herí de un costado. Allí, clavado en el madero quedó crucificado.
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