martes, 11 de agosto de 2009

Nulas exigencias

Protesta.
Fotografía: Diego Peláez


Era un viejo, que se había plantado frente a la Casa de Gobierno exigiendo mayor atención para los adultos mayores, menor costo a la canasta básica y cero homicidios en su colonia.
Demandaba también, que las autoridades inventaran sin dilación la vacuna contra las gripe A(H1 - N1). Es cierto, decía, que somos un país tercermundista, pero eso no avala que los fondos no lleguen íntegros a su destino. "La corrupción es el opio de los pueblos", decía, parafreseando a Carlos Marx. "Ustedes, los políticos, no tienen derecho a robarse los dineros del pueblo, corruptos miserables."
Y había llegado más lejos en defensa de su pueblo. Se había hecho tatuar todo el cuerpo y hasta la cara, todo, por defender a los mareros, que también eran hijos de Dios y de la Patria; por lo tanto, en vez de perseguirlos, ofrézcanles educación, alimentación, trabajo y un buen salario, sinverguenzas sin oficio.
No me iré hasta que mis peticiones sean cumplidas y el propio jefe de gobierno dé la cara a mis exigencias. De no hacerlo, me quitaré la vida del modo japonés. "Señor Presidente: Tiene doce segundos para que yo pueda ver su fea cara; de no hacerlo, usted cargará con mi muerte y llevará esta pena hasta la hora de su muerte y entonces ya será demasiado tarde."
Cumplido el duodécimo segundo, las cámaras de televisión y los fotoperiodistas captaban las imágenes de un viejo que, con un puñal de veinticinco centímetros se abría el vientre. Éstos querían captar la mejor imagen en movimiento y aquéllos, el mejor ángulo (y la luz) del viejo que moría practicándose el haraquiri.
El señor Presidente escuchó todo lo que tenía que oír a través del megáfono que el viejo agarraba con pasión y después, sólo después de pronunciada la última palabra por el anciano, le dijo a su secretario: "Ve y dile que con gusto puede matarse, que ahorita estoy en pleno ejercicio de mis funciones maritales y no puedo atender a nadie. Es más, un viejo menos, es centavo adicional que guardaré en mis bolsillos."
-- Señor, ¿y todo esto le digo?
-- No, no, qué vergüenza: dile que me duele el pelo, que me excuse por favor.

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