lunes, 31 de agosto de 2009

"H" y "h": Hospital y hélice

Rosas.
Fotografía: José Ruiz Quesada

Cierto es, que mi madre, cuando era chico, cayó en cama porque dos enfermedades tocaron a su puerta: el bocio y la anemia. Fue inquilina del Hospital Rosales por mucho tiempo y entre exámenes médicos y transfusiones sanguíneas un día, al fin, fue llevada al quirófano para extirparle la glándula tiroidea, que había crecido del tamaño de una pelota de tenis. Nosotros, mi hermano y yo, la visitábamos cada domingo, día de visita, y comprábamos unos helicópteros artesanales hechos de desperdicios de envases de sueros. Era todo una maravilla jugar con esos helicópteros, cuya hélice estaba conectada a un pedazo de cánamo y cuando lo jalábanos, era la magia de nuestros años que nos hacía asombrarnos del fácil mecanismo giratorio de la hélice.
Los años han pasado y ahora que lo recuerdo, fue un tiempo feliz, nunca triste, porque no dimensioné nunca qué era estar separado (aunque lo vivía en carne propia) de la madre ni sabía de las preocupaciones que aconjojan a los adultos. ¡Tiempos felices aquellos!

No hay comentarios: