lunes, 24 de agosto de 2009

El pitero-tamborilero, don Santos Quevedo


Tamborilero
Fotografía: Juan Manuel Pérez


Don Santos Quevedo era bajito, calvo y tuerto. Que yo recuerde nunca usó zapatos, aunque su hijo Félix me afirma lo contrario.
"De San Pedro Perulapán se vinieron buscando mejores oportunidades de trabajo, "me responde Félix a la interrogante de cómo y porqué llegaron a Antiguo Cuzcatlán.
-- Según entiendo, Félix, aquí había empleo en las fincas todo el tiempo: abonar los plantíos de café, hoyar, sembrar, podar los árboles que dan sombra al cafeto, cortar café,...
-- Sí, año con año venían mi papá, mi mamá y Sixto, mi hermano mayor, y poco a poco el trabajo-necesidad, los obligó a quedarse.
Religiosamente, por las tardes, lo veía pasar frente a mi casa y de pronto, en la suya, se armaba todo un carnaval con el pito, el tambor y un montón de "viejos" enmascarados: allí había diablos, mujeres panzonas con caras de bruja y monstruos de dientes descomunales. Luego salía la recua de "viejos" hacia la alborada, acompañada del vecindario de cipotes y de don Santos Quevedo a la inversa del Flautista de Hamelin.
La primera alborada salía del Plan de La Laguna, de donde mi padrino Marco Tulio. Yo iba por la horchata, el marquesote y el pito de barro. Los "viejos" bailaban al son del pito y el tambor: asustaba a los niños que creen en todo lo que ven, a las mujeres desprevenidas que de todo se asustan; a mí, no eran ellos sino los petardos de vara ¡pom, pom! Las alboradas finalizaban en la víspera festiva de Los Santos Niños Inocentes.
Guardo en la memoria el momento en que don Santos Quevedo y su familia dejaron de ser mis vecinos, pero no supe qué derrotero tomaron.
Las alboradas siguieron año tras año, pero ya no con don Santos Quevedo que era un señor bajito, calvo y tuerto, sino con un hombre cuyo nombre y rostro no logro identificar en mis recuerdos. Muchos años después, Félix me comentó que don Santos había vendido sus instrumentos musicales y máscaras rituales a alguien que él tampoco recuerda.
(El pito y el tambor perdieron presencia en las alboradas. Ahora un carro sonoro con la grabación del Torito pinto las acompaña, y unos "viejos" que ya no asustan a los niños, porque no creen en todo lo que ven ni a las mujeres que de todo hacían un bien elaborado jaleo, y mucho menos a mí los petardos de vara ¡pom, pom!, pues con los años acumulados en mi espalda ya sumé valor contra el miedo.)
Pocos meses antes de la ofensiva "Hasta el tope" y después de ciento dos días de hospital, muere don Santos Quevedo y con él la cultura del pitero-tamborilero y de los "viejos" enmascarados. Murió don Santos, y la vida cultural en Antiguo Cuzcatlán feneció de golpe, sin mayores aspavientos que las voces amigas dictando a coro la sentencia del funeral.

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