Wall-E. Fotografía: Andy Castro
Hace días que Andrea María deseaba ver WALL-E. La vimos no sin mucho contratiempo. Primero nos desplazaríamos hasta La Plaza Merliot, objetivo que no logramos porque la ruta 42 nunca pasó. Me corrijo: sí pasó. No abordamos ese autobús, porque mentalmente me ubiqué en que el recorrido no lo haría directo sino internándose en una colonia periférica, lo cual dilataría el tiempo para acercarnos al centro comercial. Craso error de mi parte: la ruta que hace ese recorrido es el microbús de la 42. Cuando nos dimos cuenta ya eran las dos de la tarde, y la función, según el periódico era a esa hora, pero pasados veinte minutos.
Luego asistimos al Cinemark del La Gran Vía, a la función de las cuatro y veinte.
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WALL-E es la fábula de la Humanidad, que de la Tierra ha hecho un basurero planetario, a tal punto que el hombre huye en la nave nodriza Axioma, porque ya no es posible vivir en ella. Aún, la basura ya no cabe en el planeta y la envía galaxia adentro. En la Axioma se puede ver una Humanidad decadente, regordeta, torpe de movimientos porque todo se lo dejan a las máquinas: una tecnología que ayuda, pero destruye si no es utilizada con las reglas que dicta la cordura.
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