miércoles, 9 de julio de 2008

Aventurilla (casi) olvidada

Lago Suchitlán. Fotografía: Josué Reyes


Cuando conocí Suchitoto recién había sido domeñado el monstruo de la guerra. Iba en el autobús observando el paisaje que, raudo y hermoso pasaba frente a mis ojos a través de la ventana. Vi las bombas de maicillo erectas, que menciono en mi poema "Imagen".

Fue un día en que el santoral señala la fiesta de Santa Lucía, nombre dado a la iglesia y Patrona de Suchitoto. Había sido invitado ese día de fiesta, ocasión especial para conocer la ciudad y reconocer tácitamente que era yo el novio de María Teresa. Me fui por mis propios medios, porque la familia se había ido con días de anticipación para su tierra natal. Llegué, me bajé del bus y lo primero que hice fue ir a la iglesia; después a buscar la casa familiar, pero con tan mala suerte no la encontré, y para que mi viaje no fuera estéril pregunté qué cuál era el camino que conducía al lago de Suchitlán, y un espíritu, quizás foráneo, me indicó que detrás de la iglesia. Al mandado y no al retozo, me dije. Busqué la bendita calle y nada más tuve que seguirla; encontré una bifurcación: a mi derecha, una calle empedrada que no quise tomar y en la misma dirección que traía, la calle tomaba una pequeña pendiente pasando frente a la casa de Alejandro Cotto y se perdía por un sendero rural. Consideré que era la indicada, porque el buen samaritano me dijo: "Detrás de la iglesia y luego sigue recto."

Ese camino rural era lo peor: estaba empedrado peor que una cara llena de barros y de suciedad. Camino abrupto; ni modo, fue mi decisión y tenía que enfrentar lo "bonito" del camino. Hasta abajo llegué y estando ahí, con un cuaderno que compré, escribí mi poema Imagen, para que quedara constancia de que el trece de diciembre de mil novecientos noventa y dos, día de Santa Lucía, conocí Suchitoto.

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