viernes, 4 de julio de 2008

Los cristales rotos de papá

Palabras del corazón. Fotografía: Daniel F.


Regresaba de la oficina a las diez de la noche. Mamá le preparaba la cena con mucho esmero.

En ese momento yo jugaba con mi tractorcito plástico color verde. Recuerdo que era un tractor hecho para la agricultura, con sus enormes llantas y un tractorista que parecía ser parte de la máquina, como un hombre lo es al caballo igual que un centauro.

Mi padre disfrutaba realmente la cena conversando con mamá. Ella siempre lo esperaba para cenar juntos. Luego él se quedaba leyendo el periódico y revisando las facturas del teléfono, el agua, la energía eléctrica y otras deudas que habría que pagar. Yo me le acercaba: me ponía unos binoculares y le decía que, en la oscuridad de la noche, tras el cristal de la ventana veía a una hormiga avanzando con pedazos minúsculos de queso que llevaba a su hormiguero. Entonces él, quitándose los lentes rotos y poniéndolos sobre la mesa para calarse otros anteojos, que eran los binoculares, me contestaba que él no miraba a ninguna hormiga sino a un ejército completo y que escuchaba el ruido de sus botas. "Tal parece que van a la guerra", me decía.

Y yo saltaba de alegría: "¡Déjame ver, déjame ver!" Se los quitaba, me los ofrecía y me señalaba con su índice el lugar donde imaginariamente estaban.

El cansancio y la imaginación de papá eran como una inyección de complejo "B". Siempre tenía fuerzas y voluntad de imaginarse las cosas que no se ven, y el tiempo que sacaba no sé de qué varita mágica para dedicármelo y dormirse hasta que yo ya lo estaba.
Para Miguel Ángel


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