sábado, 5 de julio de 2008

Pedagogía de la vida

Bebedor flamenco. Fotografía: Javi Indy



En alguna ocasión acompañé a mi padre a una ronda de cervezas... y todo porque él me lo pidiera. Estaba en casa de su comadre, deleitándose con las "polarizadas" en una mesa circular. Y a quemarropa me lanzó la propuesta:

-- No quieres un par de cervezas.

-- Claro -- le dije sin dimensionar lo amargo del asunto.

Tenía seis años y para no quedarle debiendo nada a la vida me tomé una por cada año cumplido.

Me sentía envalentonado, a tal punto que, a mi hermano mayor lo interrogué por quién o quiénes lo habían amenazado con darle una golpiza.



* * *



Pasados los amargos días de mi primera catación alcohólica (y que para nada me gustó), mi padre, en la calle, me señaló a un beodo que disfrutaba de su sueño en la acera:

-- Ves a Micifuz: a eso no quiero que llegues cuando seas adulto.

En ese momento no dije ni entendí nada de lo que me estaba diciendo: que el vicio del alcohol mata a sangre fría... y a pausas.


Para Miguel Ángel

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