J. Lian padecía de estupidez múltiple y estrechez cerebral congénita. Sus parientes acudieron donde el facultativo llevándolo consigo. Después de un examen de rutina y de varios hechos en el laboratorio, éste les dijo la cruel verdad:
-- No hay vacuna contra este mal, que pueda remediar o revertir la situación de Lian...
-- Perdón, doctor Sigmund -- le interrumpió la madre de Lian --, quiere decirnos, que no tiene cura.
-- ...Exactamente. Lo mejor es que, en su habitación, el sacerdote le aplique la extremaunción.
-- Gracias, doctor Sigmund -- dijeron al unísono los parientes.
Los parientes de J. Lian, después de un apretón de manos al doctor Sigmund dieron la vuelta en dirección del umbral de salida.
-- Oh, sí, esperen. Hay una solución.
En el rostro de los parientes de J. Lian se dibujó una gran sonrisa, y preguntaron:
-- ¿Cuál?
-- Que vuelva a nacer.
-- No hay vacuna contra este mal, que pueda remediar o revertir la situación de Lian...
-- Perdón, doctor Sigmund -- le interrumpió la madre de Lian --, quiere decirnos, que no tiene cura.
-- ...Exactamente. Lo mejor es que, en su habitación, el sacerdote le aplique la extremaunción.
-- Gracias, doctor Sigmund -- dijeron al unísono los parientes.
Los parientes de J. Lian, después de un apretón de manos al doctor Sigmund dieron la vuelta en dirección del umbral de salida.
-- Oh, sí, esperen. Hay una solución.
En el rostro de los parientes de J. Lian se dibujó una gran sonrisa, y preguntaron:
-- ¿Cuál?
-- Que vuelva a nacer.