J. O.:
El servicio postal ha estado eficiente, pues tu carta me llegó tres días después de la remisión; el día siguiente, miércoles, te contesté.
Para responder a una de tus inquietudes, me remito al antepenúltimo parágrafo: “En tu carta no veo escrito, ni por asomo, los motivos que te encaminaron al engaño e irreverencia en contra mía. ¿fue liviandad, tedio o simplemente fui muy frío en nuestro noviazgo? Contéstame”.
Te respondo. No fue liviandad ni tedio de tu parte, mucho menos gelidez la que debilitó mi fortaleza. Recuerda que, en nuestros ósculos tú eras el más apasionado y a mí, la miel se me quemaba hasta el punto (y hasta ahora te lo confieso) de humedecer mis cucas. Hubiera querido que en el instante mismo me pidieras sexo; pero fuiste muy tímido, muy respetuoso, demasiado sumiso a los cánones morales. Bastaba con haberme pedido el coito, y yo, gustosamente habría accedido a tu petición; el fuego interior me abrasaba que hasta me animaba a decirte con ímpetu: “¡Hagamos el amor!” No medía las consecuencias, porque lo que más deseaba era compartir la cama contigo, sin importarme que después, armados de valor, encaráramos con mis padres la verdad, diciéndoles que la pureza había sido rota y que, por lo tanto, al altar llegaría con el estigma de tu falo. Para mis padres hubiera sido un golpe bajo que, indudablemente lo habría estremecido, pero poco a poco lo tendrían que asimilar para bien o para mal. Lástima que el recato puso corsé en mi boca.
Tu falta fue un tríptico: la timidez, la respetuosidad y la sumisión (dependencia diría yo) a los principios morales. Mi falta consistió en entregarme a un hombre que no eras tú.
Ahora surge la pregunta: ¿Por qué me entregué a un hombre, cuya personalidad era distinta a la tuya? Porque tú tan distante y yo tan cercana al raposo. No me bastaba tu recuerdo para sostener las columnas del edificio amoroso. Yo fogosa, y aquél, igual, que no respetó santos ni señas para estrenarme en el pecado del amor: “Tú encendiste la hoguera y otro aprovecho el guiso”.
Considero haberte respondido con franqueza, que hasta yo me aterro de la sinceridad con que te escribo. Cualquier otra interrogante estaré dispuesta a contestar en igual tenor.
Con cariño,