jueves, 5 de junio de 2008

Grupos de Dios

Iglesia de Santibáñez. Fotografía: R. Durán


He visto grupos reunirse en torno a Dios, a hablar sobre Él, sus maravillas y milagros. Se congregan con eterna devoción y hablan acerca de sus fábulas; no faltan a las misas, respetan los días de guardar y asisten a cuanta procesión señale el santoral. Se inscriben como servidores en los retiros espirituales y apoyan a los oradores en sus charlas. Hablan maravillas a los miembros de su comunidad y los congregantes les creen, porque son el ejemplo a seguir que la parroquia les ha asignado... y en teoría así debe ser, pero el ejercicio dicta reglas diferentes. Es como cuando de pequeños, en la escuela, admirábamos a nuestro mentor por ser la voz de un dios infalible. Pero algo sucede en esos grupos. La Iglesia exige tiempo para el arduo trabajo del rescate de ovejas descarriadas, y entonces el hogar queda vacío, a merced de la televisión, el Internet, el cable, a la obesidad de la malacrianza de los hijos.

Me pregunto: ¿De qué sirve desangrarse las rodillas por Dios y dedicarle el poco tiempo holgado de que se dispone, si el hogar es un caos y los hijos malcriados?

Pienso que otra manera de servirle a Dios consiste en dedicarles tiempo de calidad a nuestros hijos y apoyarlos en todo. Si no es así, yo seré el culpable de que mañana mi prole sea un ladrón, una prostituta, un gay, un narcotraficante, etc. ¿Será que Dios quiere esto de mí?

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