El escritor de arena. Fotografía: Hernán Corera
Alguien busca las palabras precisas para acabar el cuento iniciado hace dos horas. El cerebro no da para más: ninguna ironía, ni una palabra cruel le brota después de la extendida y extenuada jornada laboral.
Lee el cuento una y otra vez; corrige: una tachadura por aquí, otra por allá. Unas palabras que añade, otras que suprime. No está satisfecho con la obra que casi termina.
Ya los gallos cantan y él no ha pegado las pestañas. Las palabras finales no vienen. Decide de una vez romper en mil pedazos el cuento iniciado cinco horas atrás.
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