Fotografía: Raquel Méndez
Ayer fue el último día de trabajo del Profesor. Empacó sus pertenencias por la mañana y, como a eso de las once, a puerta cerrada (me recuerda a Jean-Paul Sartre: la diferencia estriba en que el Profesor no es exponente del existencialismo ni del marxismo humanista sino del catolicismo humanista), se despidió de las personas que estaban a su cargo. De todo él emana un aire de pulcritud (aquí entre nos, quizá hasta de santidad), que contagia a aquél que se le acerca; derrama hasta consejos para el que se lo pida. Es un hombre, de esos que, la extinción ya ha hecho mucho: él es uno de los pocos que quedan, porque su actuar y caminar es sobre la línea recta.
Ha hecho un trabajo decoroso, sin dobleces. Todo un hombre de trabajo limpio no merece irse como se fue, sin que se le avisase con antelación que él ya no figuraría en la planilla y hacerlo presentar todos los requisitos, como si en realidad, su nombre y su persona estarían, de nuevo, en la plana mayor.
Ha hecho un trabajo decoroso, sin dobleces. Todo un hombre de trabajo limpio no merece irse como se fue, sin que se le avisase con antelación que él ya no figuraría en la planilla y hacerlo presentar todos los requisitos, como si en realidad, su nombre y su persona estarían, de nuevo, en la plana mayor.
Para el profesor Rafael Gallardo
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