Hoy por la mañana me visitó el señor Carlos Chicas. Su visita obedecía, justamente, a que necesitaba la explicación de un proceso administrativo, y la persona indicada para hacerlo era nada más y nada menos, que el encargado de esa área. El verbo iba y venía de boca en boca y entre dicha conversación surgía algún punto que no tenía ningún parentesco con el tema que lo había convocado hasta mi oficina.
-- ¿Cómo va con la pintura, Julio?
Mi respuesta fue que bien, que tiempo me hacía falta para mejorar mi técnica.
Seguimos con el asunto que a él le interesaba. Luego vino, justamente, la mención de una pintura de mi autoría que, por el sino que siempre se atraviesa en mi bondadosa existencia, estaba a disposición del buen don Benjamín. Para sorpresa mía, el señor Chicas se mostró tan dispuesto a verla, como la pintura hecha por mis pinceles a dejarse adquirir. A adquirir, sí a adquirir, porque se fue con él y no volví a verla jamás.
(Así, entre nos, lo infame, de mi parte, de esta transacción, es que no fotografié el cuadro antes de venderlo.)
-- ¿Cómo va con la pintura, Julio?
Mi respuesta fue que bien, que tiempo me hacía falta para mejorar mi técnica.
Seguimos con el asunto que a él le interesaba. Luego vino, justamente, la mención de una pintura de mi autoría que, por el sino que siempre se atraviesa en mi bondadosa existencia, estaba a disposición del buen don Benjamín. Para sorpresa mía, el señor Chicas se mostró tan dispuesto a verla, como la pintura hecha por mis pinceles a dejarse adquirir. A adquirir, sí a adquirir, porque se fue con él y no volví a verla jamás.
(Así, entre nos, lo infame, de mi parte, de esta transacción, es que no fotografié el cuadro antes de venderlo.)
1 comentario:
Bueno, mi amigo, aún sigo en espera de poder apreciar tus obras pintorescas,súbelas como entradas para poder depositar en ellas mi comentario;porque hastas estas alturas solo he apreciado una.pendiente quedo... saludos
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