Han pasado
los días santos, raudos, huidizos, como codornices asustadas. Habrá que esperar
su regreso junto a los días rurales maquillados de polvo y los jocotes,
marañones, mangos y ayotes bañados en ricas mieles, sin olvidar, por supuesto,
los tamales pisques hechos por las manos primorosas de la abuela Petrona.
La tierra
agostada, los árboles con sed y el concierto estridente de las cigarras nos acompañan en el camino
sofocante hacia la casa de la abuela. Lentamente ha caído la tarde y delante
nuestro escuchamos un golpe seco: es la puerta de golpes que ha dado paso a la
carreta cargada de leña. El chirriar de las ruedas y la trituración de piedras
constantes a su paso son como dos instrumentos que se unen al concierto.
Los bueyes
vienen cansados, sudorosos. Se les ve tristes, agobiados por el peso, pero no
cejan en su misión. Uno es prieto y el otro color
chocolate. Ignoro sus nombres y sólo recuerdo el sustantivo de una yunta del
tío Isabel: “Caballero” y “Navegante”.
Por fin
llegamos. Al pie de la pequeña pendiente de entrada la perra “Canela” es la
primera en recibirnos. Ladra, salta de alegría, mueve su cola y en su lenguaje
canino pareciera decirnos: “Bienvenidos”. La abuela Petrona, el tío Isabel y
demás parientes, felices porque hemos llegado de visita y a pasar los días
santos junto a ellos.
Domingo de Resurrección, 27 de marzo de 2016, 3: 53 p. m.