El día (o el mundo) parece estacionado en un
grito histérico, mientras los coches se deslizan en la serpiente de asfalto y en
el colectivo viajan los “turistas” del
malvivir, que nadie queda indemne de sus desmanes. El
infierno estaría bien para ellos. No me corresponde a mí ser su juez, para CONDENARLOS O ABSOLVERLOS; pero si en
mis manos estuviera, yo condenaría a
estos “turistas” a pasar unas vacaciones de mil años en el Averno; luego, al
cumplir su condena, les aplicaría otro milenio convertidos en piedra, y los
próximos mil años siguientes, que nacieran en el reino vegetal.
* * *
Apenas ayer por la mañana, mientras
esperábamos el microbús que lleva a Andrea María al colegio, intercambiamos
saludos con la niña Angelita. Siempre pasaba puntual, a las cinco horas con
cuarenta y cinco minutos de la mañana, con su pulcro uniforme de trabajo y un
suéter color ocre anudado al cuello y la parte delantera del mismo cayéndole
sobre el brazo izquierdo. No pensé que ese fuera su último saludo con nosotros…
Y la noticia llegó de sopetón, después de la salida del trabajo, con sus
variopintas versiones: Que le habían dado
un puyón; que vio un herido y le dio
miedo la sangre; que estaba en la siguiente parada de buses después del incidente
en el colectivo anterior, cuando le falló el corazón; que alguien vio al
autobús doblar a la izquierda y conducirse al hospital San Rafael, porque era
urgente la intervención de un galeno; que la habían balaceado;…
La niña Ángela era servicial, amable
y respetuosa con sus semejantes. Y no lo
digo porque ya no está con nosotros o por puro decir, sino porque se le sentía
esa aura de servicio hacia los demás. Se dirá que estas palabras se le
hubiesen dicho en vida y que los elogios póstumos siempre abundan cuando la
ausencia física de esta persona es evidente y ya no puede escucharnos; pero es
que a veces somos tan insensibles, orgullosos y egoístas que se nos olvida
sentir.
La endiablada rutina diaria nos
absorbe el alma y hasta el seso, que olvidamos
vivir y recordar el mandato del Hombre que en la cruz dejó su vida y fue ésta motivo de su
Resurrección: Ama a tu prójimo como a ti
mismo.
Tal o cual persona era así o era asá
dirán muchos cuando alguien ya no existe. Dirán cosas bonitas sólo por
congraciarse con alguien que la apreciaba y no dar una imagen de persona
chocante ante los demás; pero muy, muy en el fondo son almas exánimes que nada sienten
y toman como norma de conducta lo superficial, la vida light.
* * *
El bus va atestado de personas que se comen el pan con el
sudor de su frente y de quimeras malvivientes que ralean al que se les pone
enfrente. Son seres execrables que no perdonan, y su único código es el de
despojar de los pocos bienes a los que nada tienen. Son unos malvados, gandules,
mangantes,… Pero es que se colma el vaso y dan ganas de robarles el aliento.
Ora pro nobis,
Angelita, mientras aún nos hospedamos en este hotel cinco estrellas y el coyote
asecha. Ya llegará nuestro turno y nos
darán visa con carta de ciudadanía de un Reino
que no es de este mundo (entiéndase como el lugar que ocuparemos en el otro
orbe, luego de que el Juez nos haya sacado
tarjeta roja y nos convoque a la selección de los calvos). Pero mientras tanto:
Requiescat in pace, doña Ángela.
(Antiguo Cuzcatlán, entre el
27/08 y el 24/09,
ambas fechas de 2012)